La peronización de Cristina

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Las manifestaciones a favor de Cristina Kirchner exhiben paisajes desoladores de la política argentina.

Con excepción del peronismo cordobés, el Partido Justicialista muestra sumisión ante una líder que siempre lo menospreció. El presidente Alberto Fernández vuelve a mostrar síntomas de síndrome de Estocolmo, mientras otros maltratados por la vicepresidenta se cuadran y entonan como afinados coreutas la versión cristinista de lo que implica la acusación de los fiscales Mola y Luciani.

También es desolador el paisaje de la oposición. Oportunismos, internismos y medianías han desatado un todos contra todos, cuando lo único que debiera mostrar es unidad de criterios y de acción.

Alardeando mano dura y una eficacia que no tuvo cuando era ministra de Seguridad, Patricia Bullrich atacó el operativo policial implementado por el gobierno de la Ciudad Autónoma, para dañar a Horacio Rodríguez Larreta, con quien compite por el liderazgo y la candidatura presidencial y a quién considera un tibio.

La operación policial procura evitar choques que dejen heridos entre los manifestantes. ¿Acaso no es “represión” lo que busca el cristinismo para coronar su victimización?

Como Mauricio Macri tampoco pierde oportunidad de atacar a Rodríguez Larreta, el jefe de gobierno porteño quedó en un fuego cruzado cuando necesitaba que en Juntos Por el Cambio cierren filas para defenderlo del ataque kirchnerista.

En esa competencia por ver quién es más duro con los manifestantes que idolatran a la vicepresidenta, María Eugenia Vidal también hizo su Haka maorí, mientras Ricardo López Murphy llegaba al extremo de plantear que “son ellos o nosotros”. Un triste espectáculo que habrá dado esperanzas al Frente de Todos sobre sus exiguas chances en las urnas del año próximo.

En el oficialismo se destrozan sin piedad mientras el gobierno divaga entre naufragios y derivas, pero la dirigencia opositora entra en estado catatónico cuando tiene que mostrar armonía, unidad y capacidad para procesar las diferencias internas.

Rodríguez Larreta y Facundo Manes quedaron bajo fuego amigo, mientras Cristina Kirchner distorsionaba la realidad con las ficciones que lucubran sus usinas de propaganda. Después de largos años diferenciándose y ninguneando al peronismo, la creadora de Unidad Ciudadana se envolvió en las banderas del Partido Justicialista. Siempre puso el liderazgo de su marido y el suyo por encima del movimiento político al que se limitaba a exigirle sumisión, pero ahora proclamó que el establishment y su brazo judicial procuran “aniquilar al peronismo”.

Cristina jamás había dicho tantas veces la palabra “peronismo” como en los días que siguieron al pedido de doce años de prisión que hizo el fiscal Diego Luciani.

El oportunismo de la repentina y sobreactuada “peronización” de la vicepresidenta, está a la vista. Ella la escenifica sin pudor. Lo hace en sobredosis, pero ningún peronista se atreve a decirle lo que es obvio: intenta con descaro que el peronismo sienta como propia la condena reclamada por el fiscal, para que protagonice junto a ella “la madre de todas las batallas”.

Cuando se trata de acumular poder y de recibir laureles, los méritos son exclusivamente propios. Pero si se trata de recibir acusaciones y condenas, el peronismo debe hacerse cargo.

Cristina se describió en su alegato extrajudicial como la receptora de un ataque más, de todos los que ha recibido el peronismo. Según la líder kirchnerista, no quieren encarcelarla por el sistema de corrupción que funcionó durante el gobierno de su marido y el suyo beneficiando sus propias empresas y finanzas, sino por ser peronista y por haber gobernado como peronista.

Es evidente el camuflaje político que, para esta batalla, se calzó a las apuradas. Pero en el oficialismo nadie se atreve a murmurar siquiera un reproche de oportunismo. En ese espacio de verticalismo cuartelero, lo único que se escucha es un coro entonando ficciones épicas.

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