El moderno edificio espejado de la cancillería Argentina es una metáfora arquitectónica de la política exterior de Javier Milei. En ese gigantesco espejo del barrio porteño de Retiro, quiere verse reflejado el presidente. Un reflejo nítido, sin distorsión alguna. El presidente conservador construye la proyección internacional del país a su imagen y semejanza.
La cantidad exorbitante de viajes al exterior para participar en eventos ultraconservadores realizados en este primer año de gobierno, prueba que Milei busca en la política exterior argentina un instrumento para proyectar su liderazgo a nivel global.
Como casi todos los exponentes notables de la camada de líderes conservadores disruptivos, Milei convirtió sus filias y fobias en política exterior. Las relaciones de Argentina con el mundo es una prolongación de sus relaciones personales. Con aquellos líderes y gobernantes a los que admira y comparte el agresivo conservadurismo, forjado en el desprecio a la centroderecha y al progresismo centrista, como también a la agenda ambientalista y a la agenda woke, Milei establece un vínculo fuerte que expresa de manera exuberante.
Por el contrario, con aquellos que están en la vereda ideológica opuesta exhibe una incontinencia verbal que derrama insultos y acusaciones que fermentan en su voluptuosa capacidad de aborrecimiento.
La solidez del vínculo que el presidente estableció con Donald Trump no es trasladable al vínculo entre Argentina y Estados Unidos. Más que a la superpotencia, Milei admira al magnate neoyorquino. Del mismo modo, más que a Israel, Milei admira a Benjamín Netanyahu. Y la verdad es que ni Trump es Estados Unidos ni Netanyahu es Israel.
Las filias de Milei imponen al país abrazos ideológicos con personas, no acercamientos institucionales entre Estados. Más problemático aún es lo que ocurre con sus fobias. Al presidente colombiano Gustavo Petro lo llamó “asesino comunista”; al brasileño Lula da Silva lo acusó de ser “un ladrón”; a Pedro Sánchez lo llamó “cobarde y totalitario”, atacando además a Begoña Gómez, la primera dama española.
La sobreactuación de pasiones y aversiones ideológicas no es lo más recomendable para la política exterior. Pero es un rasgo dominante de la personalidad del presidente, quien no parece dispuesto a esforzarse para actuar con el cuidado y la responsabilidad de representar un Estado y una sociedad.
La idea de que la política exterior refleje lo que él piensa, ocasionó la expulsión de Diana Mondino. La primera canciller del actual gobierno tuvo muchos desaciertos verbales, pero recompuso crisis y tensiones que fueron consecuencias de la incontinencia verbal de Milei.
Ella fue a Brasil para restañar un vínculo crucial para Argentina. También fue a China para atenuar las consecuencias del estropicio cometido por el presidente al decir que jamás trataría con “comunistas”.
La supuesta causa por la cual la despidió de muy mala manera, el voto contra el embargo sobre Cuba, no fue un error objetivo de Mondino. De ser así, a ese mismo error lo habrían cometido también los canadienses, neozelandeses, australianos, surcoreanos, japoneses, británicos y todos los demás países europeos. Todos los países del mundo, con excepción de Estados Unidos e Israel, que tienen razones propias para defender el embargo, pero no le imponen a ningún otro país que lo haga.
Diana Mondino hizo con ese voto lo que la diplomacia argentina ha venido haciendo y considera que es conveniente mantener en el tiempo. Y la diplomacia argentina, después de la brasileña, es una de las más experimentadas y profesionales de Latinoamérica. Eso es precisamente lo que no toleraron Milei y su entorno.
Para el presidente y la plana mayor de su gobierno, la canciller debía rodearse de exégetas abocados a interpretar como se aplican sus filias y fobias a cada caso que presente la agenda internacional.
Antes del voto sobre Cuba, la suerte de Mondino estaba echada, no por sus errores sino por un acierto clave: rodearse de expertos y guiarse por los cuadros diplomáticos de mayor experiencia.
Así debieran actuar todos los altos funcionarios, pero Milei no les pide sensatez, inteligencia y profesionalismo, sino lealtad absoluta a su persona y su ideología.