En las últimas semanas, desde filas del Frente Amplio, con la complicidad de algunos periodistas que no analizan críticamente la información que se les provee, se maneja como argumento en favor de la candidatura de Orsi, que mientras el Frente Amplio tiene una gran solidez en unidad y coherencia, la Coalición Republicana adolece de fragilidad, en tanto está conformada por diferentes partidos políticos.
Por ello, postulan que Orsi, como posible presidente, es confiable para concretar en la práctica las propuestas de la “fuerza política”, a diferencia de Delgado, al que le auguran un camino lleno de dificultades para ejecutar, con sus socios políticos, el Programa de Gobierno de la Coalición, si acaso resultare electo presidente.
Pues bien, es exactamente a la inversa, y nunca tan bien aplicado el adagio que reza: “dime de que te alabas y te diré de que careces”.
En primer lugar, debe precisarse que el Frente Amplio, si bien utiliza un lema electoral común, también es una coalición de partidos que, a pesar de los años transcurridos de su fundación en 1971, se mantienen independientes entre sí, con autoridades y órganos propios, con pensamiento en filosofía moral y política muy diversa, y hasta francamente opuesta, y con diferente posición en materia de vocación democrática y de derechos humanos.
Esas diferencias fundamentales hacia la interna de los partidos integrantes, que se arrastran desde la fundación, constituyeron siempre una debilidad que ha marcado su historia y funcionamiento. Así, nunca pudieron unificar sus declaraciones de principios, se contradicen groseramente cuando se les reclama una valoración de gobiernos extranjeros violadores de las reglas democráticas, y solo pueden lograr “consenso” si se trata de redactar un documento que plantee un denominador común, muy básico, plagado de lugares comunes.
Mientras en la interna de sus partidos, los sectores fundadores, socialdemócratas o democristianos mantuvieron una cierta predominancia moderadora, apoyada por la autoridad técnica y política de sus líderes históricos, como Seregni, Astori o Vázquez, las discrepancias en los extremos dogmáticos se disimulaban, pero persistían.
En el presente, el centro izquierda dentro del Frente, ha sufrido el desgaste derivado de ocultar su auténtico pensamiento durante largas décadas, en aras de la “unidad” y la “confraternidad” interna, valores que les son permanentemente exigidos por los más radicales, mientras ellos no tienen prurito -sin embargo- en postular públicamente un “giro a la izquierda” lo que representa alejarse ideológicamente del centro.
El resultado está a la vista, con la reciente paupérrima performance electoral: entre dieciséis senadores electos, únicamente Mario Bergara conservó una banca representando al centro.
El resto del Frente se divide entre el MPP, con el MLN en el comando, encabezado por Alejandro Sánchez, maquillado con algunos “independientes” y el Partido Comunista como segunda fuerza.
Como signos y efectos adicionales de esa convivencia forzada, sin líderes reales que les permita sobrevivir con dignidad, aparecen las increíbles dudas y discusiones de los intérpretes de las oscuras “Bases Programáticas”, acerca de qué significan -entre otros conceptos- la prohibición del “lucro” en el ahorro individual, la alternativa de “nacionalizar” las AFAP, preconizada por A. Sánchez, o la simple mejora de la eficiencia de estas, una ambigüedad superlativa que ha envuelto también al Ec. Oddone, supuesto candidato a ministro de Economía, pero negado por los radicales.
Pero la prueba más cabal de la pérdida de identidad ideológica dentro del FA es y sigue siendo, la decisión adoptada en setiembre de 2023, por unanimidad de los órganos comunes, en el caso, por el “Plenario”, cuando ante la disyuntiva de apoyar o no la recolección de firmas para la reforma constitucional de la seguridad social, optaron por dar “libertad de acción” a los partidos y grupos, con la finalidad explícita de “preservar la unidad”.
Véase: luego de más de un año desde aquel episodio, del posterior dramático llamamiento a la responsabilidad cívica realizado por los 112 economistas y técnicos frenteamplistas en setiembre de 2024, con el ulterior resultado del plebiscito del pasado 27 y ante la innegable trascendencia del daño que habría causado su irresponsable ratificación popular, los distintos partidos y grupos del Frente Amplio -aún hoy- continúan elaborando diferentes, contradictorias y ambiguas iniciativas o interpretaciones sobre el tema, pues orgánicamente, continúa vigente la “libertad de acción”.
¿Puede, legítimamente, un partido político uruguayo con vocación de alcanzar el gobierno, evitar pronunciarse sobre el problema más agudo que amenazó y amenaza a la sociedad uruguaya? ¿Puede alguien creer que Orsi es un líder político en el Frente, capaz de superar la división fomentada por la “libertad de acción”?
Paradojalmente, la izquierda uruguaya, durante los años 60 del siglo pasado sostenía pública e insistentemente, que los partidos tradicionales, se prevalecían ilegítimamente del sistema electoral, en cuanto bajo el mismo lema cada partido acumulaba los votos de corrientes históricas diversas.
Sin embargo, en las elecciones de 1971, al fundar el Frente Amplio, hicieron lo propio, pero exacerbando largamente el fenómeno, culminando con el absurdo de la “libertad de acción”, que actualmente los inutiliza como partido.
Una vez más, el Partido Nacional puede exhibir, con orgullo, que cuando internamente tuvo disidencias sobre cuestiones que afectaban los principios por los que luchaban, optó por fracturarse, pues sus hombres -de ambos bandos- entendieron que el objetivo esencial siempre debe ser defenderlos, aún al costo de perder elecciones, pues alcanzar el poder no es, ni debe ser un fin en sí mismo.
Así, el Partido Nacional compareció a la urnas en dos lemas separados desde 1931, hasta que en 1958 se reencontró, superada la discordia.
Claro que, gran parte de esos hombres, integraba la generación que se había jugado la vida, por los mismos valores, junto a Aparicio Saravia.