Hay revoluciones que son silenciosas pero visibles. En esta era en la que las vidas de casi todos se exhiben en las redes sociales, donde las imágenes se suceden sin descanso, un día te llama la atención la dramática pérdida de peso de quienes sigues y te siguen. En los mensajes de WhatsApp también recibes fotos y apenas reconoces el contorno de quien te lo envía. De pronto, vives en el mundo de Barbie y Ken, donde las medidas son ideales.
Entonces comienzas a preguntarte sobre tus propias proporciones. ¿Qué ha ocurrido para que, de la noche a la mañana, estés rodeado de gente instantáneamente esbelta? Los que te rodean comienzan a menguar mientras tú sopesas sobre la báscula si debieras ponerte a régimen.
Es entonces cuando vislumbras que eres testigo de una revolución silenciosa pero visible. Como si se tratara de un fenómeno mágico que les ha tocado a ellos. Una suerte de lotería cuya fortuna consiste en perder peso inesperadamente.
Pero en todas las revoluciones siempre hay alguien que acaba por traicionar la causa y divulga el pacto de mutismo que hermana a los soldados. En un evento me tropiezo con una amiga que hace unos tres meses luchaba contra los kilos de más. Su cambio radical es objeto de asombro y halagos. Pero en esta ocasión no se limita a decir, con gesto reservado, que ella también está pasmada ante su transformación como si hubiera acudido al santuario de la Virgen de Lourdes. No es un milagro. O tal vez sí. El enigma quedaba al descubierto: se inyecta semanalmente Ozempic, la medicina “milagro” recetada a diabéticos para reducir la cantidad de azúcar liberada por el hígado. Mi conocida, entre cuyas virtudes destaca la franqueza, no oculta la felicidad por haber perdido peso en tiempo récord. Sin duda, consiguió deslumbrar en el evento. Me explicó, o al menos esa ha sido su experiencia, que el medicamento le provoca un rechazo visceral a la comida. O sea, bastante asco. Incluso ganas de vomitar ante los platos más suculentos. Me confesó que cuando quiere pasarlo bien, disfrutar de la comida y beber un buen vino, pues no se inyecta el fármaco.
¿Se puede vivir perpetuamente en el paraíso sin que la manzana envenenada (el alimento como tentación) acabe expulsándote del edén? Los expertos aseguran que, de acarrear males, los de Ozempic son menores. Por tanto, no hay que preocuparse ante la multitud que ahora recurre al prodigioso fármaco para saltarse el sudor del gimnasio y el rigor de aguantarse la boca. Entretanto, los diabéticos se han visto con una escasez de la medicina, por la altísima demanda en un mercado en el que los productos contra la obesidad vuelan a más velocidad que en su día las Jordan Air.
Como la discreción debe formar parte de la etiqueta de la convivencia, cuando alguien me da a entender que su espectacular pérdida de peso se ha debido a un fenómeno paranormal, ahora esbozo una sonrisa. ¿Quién soy yo para aguarles su fiesta de ayuno propio de cuaresma? Lo irónico del caso es que mientras unos adelgazan hasta quedarse en un suspiro, las únicas que engordan son las compañías farmacéuticas. Hasta que sus acciones bursátiles exploten por pura glotonería mercantil. Es lo que tienen las revoluciones, por muy de puntillas que se libren.