Por primera vez en la historia, la inauguración de los juegos olímpicos no se hizo en un estadio sino en el río, en los puentes, en los techos, en las calles, en las catacumbas, en los palacios y en el cielo de París. “¡Lo logramos! Se seguirá hablando 100 años más sobre esta ceremonia grandiosa”, tuiteó orgulloso el presidente Macron al anochecer del 26 de julio.
Las Olimpíadas se celebraron durante doce siglos hasta que, tras la adopción del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, el emperador Teodosio las prohibió. Los atletas jugaban desnudos en una celebración del cuerpo que disgustaba a la nueva religión. Los juegos se suspendieron por 16 siglos más hasta que el barón Pierre de Coubertin los rescató.
Las Olimpíadas eran tan políticas como los Juegos modernos. Cada ciudad procuraba que sus atletas ganaran para gloria del gobierno. Se suspendían las guerras. Los viajes favorecían el comercio entre las ciudades, las fiestas, los debates filosóficos y los romances fugaces.
Thomas Jolly, el director de la ceremonia, reunió el espíritu de la antigüedad con la actualidad, alternando realidad y ficción. La realidad fueron las delegaciones que desfilaron en barcos por el Sena, recorriendo seis kilómetros desde el puente de Austerlitz al de Jena. La ficción fue el recorrido paralelo de la llama olímpica. El campeón de fútbol Zinédine Zidane lleva la antorcha corriendo por las calles. Tres niños en skates lo reconocen y lo siguen, pero Zizou compra un boleto del Metro y el tren parte sin que los niños puedan abordarlo.
Apenas avanzado unos metros, un apagón detiene el tren en clara alusión a los ataques que amenazaron boicotear los juegos. Zizou por la ventanilla les confía la antorcha a los niños. Corren por el París subterráneo, el cementerio con cráneos apilados y huesos de siglos, las ratas, las corrientes de agua, hasta ser rescatados por “el portador anónimo” en un bote que finalmente logra emerger en Trocadero.
Lady Gaga, de negro y con plumas rosadas, comienza el show al estilo cabaret y lo cierra Céline Dion al estilo Piaf.
El portador llega a Notre Dame, todavía en reconstrucción por el incendio. Bailarines disfrazados de obreros bailan en los andamios. En su recorrido hay permanentes alusiones a la cultura, la historia y el espíritu francés, algunos evidentes, otros más sutiles: La alta costura, los lujosos hoteles, escritores como Victor Hugo, Julio Verne, Antoine de Saint-Exupéry; inventores como los hermanos Lumière y los hermanos Montgolfier.
El Louvre, donde faltan varios cuadros nos recuerda el saqueo nazi de obras de arte durante la ocupación. La Gioconda es recuperada por los Minions que viajan por el Sena en un submarino. Yo no lo sabía, pero sí, ¡los Minions son creación de un francés!
En el palacio de la Moneda, bailarines chapotean en una lluvia de oro, oro que se funde luego para crear las medallas que dicen “Paris 2024”.
Al pasar por la Gendarmerie, ¿qué otra cosa podría celebrarse que la Revolución Francesa? Fue la escena más espeluznante de la fiesta. En estilo teatro de rampas, al que Jolly es afín, vimos a María Antonieta quejándose con su cabeza cortada. De las ventanas del edificio que fue prisión de aristócratas brotaban chorros de sangre, mientras la banda de Heavy Metal Gojira tocaba con furia. Nada más apropiado, ya que la Revolución Francesa fue literalmente “heavy”.
En ese mismo capítulo, “Liberté”, hay otra escena que muestra como la revolución no solo trajo la República, sino también la libertad de amar cada uno a su manera. En la biblioteca, tres jóvenes se descubren, intercambian miradas y libros de los poetas malditos mientras suena “El amor es un ave rebelde” de la ópera Carmen de Bizet.
En el capítulo “Festivité” se muestra un desfile de modas con personajes extravagantes: una mujer barbuda, personas LGBT, seres de sexo ambiguo y toda clase de excentricidades.
A ambos lados de la pasarela, un público también inusual, en particular la famosa DJ Barbara Butch, prototipo de la diversidad que incluye a la gordura antes reprimida y ahora orgullosa en la mujer. Inclusión total, sin dejar a nadie afuera es la tónica de estos tiempos.
El actor Philippe Katerin, teñido de azul y casi desnudo fue el plato fuerte de este festín pagano. En la dicotomía apolíneo y dionisíaco propuesta por Nietzsche en El nacimiento de la tragedia hay una dualidad que se manifiesta en el arte, en particular el arte escénico. Apolo representa a través de la belleza lo elevado, lo racional; en tanto que Dionisio representa lo terrenal, la sensualidad desatada. Dos figuras antagónicas, pero imprescindibles en toda creación dramática.
En el capítulo “Égalité”, sobre el Puente de las Artes brilló la cantante más popular del momento: Aya Nakamura. ¿Por qué su actuación ha sido tan comentada en Francia? Porque concentra los ingredientes de la guerra cultural local.
El dirigente de derecha Eric Zemmour sostiene que no es francófona. “No entiendo lo que canta. No canta en francés”. Es cierto que ella mezcla el francés académico con el argot callejero. Aunque para el colectivo “Los nativos” el problema no es la letra, sino que Aya Nakamura sea negra y nacida en Mali, aunque nacionalizada francesa. Fue un acierto y una defensa contra el racismo y la xenofobia que cantara frente al edificio de la Academia Francesa custodiada por la banda de la Guardia Republicana protegiendo la diversidad que define a Francia.
Mientras el portador anónimo recorría los emblemáticos edificios de París, todos nos preguntábamos, ¿dónde estará el pebetero?
¡Sorpresa! El pebetero está en un montgolfier que se enciende en el jardín de las Tullerías, se eleva en la noche lluviosa de Paris y maravilla al público de la ciudad y a los millones que lo miramos por televisión. En su vuelo se cruza con el avión de Saint-Exupéry, con el planeta del principito y con el cohete espacial Ariane 6.
Cuando lean esta nota, se estará celebrando la ceremonia de clausura en el Estadio de Francia, también dirigida por Thomas Jolly. ¿Será tan teatral como la de apertura? ¿Qué celebridades aparecerán, quién pasará la antorcha a la Ciudad de Los Ángeles? Por ahora es un secreto bien guardado que estoy deseando conocer.