Viendo la última encuesta confirmé, con pesar, que la “uruguayez” nos envuelve.
Somos un país sin huracanes y sin terremotos, pero no nos vendría mal algún tropezón que aunque duela ayude a ver más clara la realidad. Orsi y su gabinete quizá ayuden.
Ya he escrito sobre el tema; pienso que no es malo insistir y reiterar. Por ejemplo, hay una cierta característica de nuestra sociedad que tiende a relativizar aquello que es verdaderamente destacable, ha mediatizarlo e incluso a desacreditarlo y paralelamente a sobrevaluar cosas que en casi todos los casos no justifican ni una mera mención.
Eso es lo que algunos resaltan como una de las aristas más filosas de “la uruguayez”.
Y no es justo que todo lo capture y lo encapsule “la uruguayez”.
Porque no esta bien criticar en público y elogiar o felicitar en privado, agraviar delante de todo el mundo y luego pedir disculpas mano a mano o quedarse callado para después respaldar con un disimulado apretón de brazo o murmurando al oído “yo creo que vos tenés razón”.
¿Y por qué no lo dijiste? Esa es la cuestión.
Hace ya un buen tiempo conocí y traté bastante a un hombre con mucha experiencia y con buen olfato para conocer la gente y, muy en especial, a nuestra gente; a nosotros.
Su nombre no viene el caso; también él fue estigmatizado y habría que explicar mucho. Los más generosos o menos agresivos, admitían que era “baqueano”, pero “pícaro” como para ya comenzar a “limarlo”.
Él me decía: “Mira, Arbillita, los uruguayos no quieren ídolos; esto es, no soportan ídolos verdaderos, con mérito y virtudes propias. Los únicos ídolos que aceptan son los que inventa; ídolos con pies de barro, con pedestal de barro que si ‘se pasan’ basta con echarle una aguita y se vienen abajo. Los de verdad optan por el bajo perfil -para que nadie se moleste- o se van. Por eso es que hay tanto uruguayo que brilla afuera. Los obligan a emigrar. ”.
“Los que quedan aquí, los inventados, son como el león de la Metro (MGM), que irrumpe al principio de todas las películas, pero después no aparece”. El viejo señor citaba una larga lista de “prohombres compatriotas” y sentenciaba: “ninguno sirve ni sirvió para nada, y por eso son elegidos, si se hacen los vivos se les echa el aguita”, advertía.
Decididamente hay una tendencia a recortar méritos: “En realidad el que jugaba bien era su hermano, Manuel”; “en realidad el padre siempre quiso que fuera el otro“; “en realidad la inteligente es la esposa”, “en realidad lo inventó la madre”, “la fortuna, en realidad, la hizo el suegro, o el cuñado” (él se quedó con ella). Hasta al propio prócer José Artigas -el más sagrado de los orientales- le tratan de bajar en algo el copete: “En realidad, las Instrucciones del año XIII las redactó Barreiro, su secretario”. ¿Y? ¿Quién las dictó o inspiró, quién dio las pautas, quién las firmó?
Eso sí todos estuvieron en el Centenario en la final del 30, -llevo contabilizados como 600 mil-, muchos más por cierto son los que “confiesan” que lucharon contra la dictadura. Incluso los que no habían ni nacido o estaban en pañales.
“Si fueron tantos porque no los voltearon; en definitiva, la fecha para irse la fijaron ellos”, al decir del viejo jefe guerrillero.
Humildes pese a ser los mejores; imaginativos y con un toque algo acentuado de soberbia. Todo es parte de “la uruguayez”.