Trump avanza mirando el espejo retrovisor. Por eso chocó el mundo contra el muro arancelario que levantó. Y agrava el choque por aplicar su fórmula de matonería empresarial.
Si condujera como estadista y no como un empresario matón, hubiera avanzado hacia su política proteccionista al revés de cómo lo hizo. O sea, en lugar de bombardear al resto de los países con aranceles y después llamar a uno por uno para negociar reciprocidad arancelaria, causando devastación en los mercados, lo que debió hacer es, primero, negociar reciprocidad arancelaria caso por caso y, a los países que rechazaran una balanza comercial equilibrada con Estados Unidos, aplicarle los aranceles que considere necesarios.
En este caso, el orden de los factores altera el producto y Trump los ordenó de la peor manera. Primero les propinó una paliza brutal y después empezó a preguntar a uno por uno si quieren ser sus amigos. De haberlo hecho al revés, se hubiera ahorrado muchas palizas y la trifulca que causó estragos también a la economía norteamericana.
No es seguro que finalmente logre un orden comercial más conveniente, porque es anacrónico el objetivo que lo llevó a causar este sacudón global que tumbó empresas, generó desempleo, infartos y crisis de nervios, sin descontar el salto de algún que otro broker financiero desde un rascacielos.
El jefe de la Casa Blanca propone volver a las últimas décadas del siglo XIX, cuando en Estados Unidos no había impuesto a la renta y se aplicaban aranceles a los productos importados que William McKinley acrecentó entre 1897 y 1901.
Igual que a la primera elección, Trump ganó su segundo mandato describiendo una utopía regresiva: volver al tiempo de las grandes fábricas manufactureras colmadas de obreros, con altas torres de oficinas en el Down Town. El tiempo de los imperios pujando por establecer colonias de donde extraer materias primas para las fábricas que, desde el siglo XVIII, había puesto en marcha la revolución industrial.
Trump y su inspirador, Vladimir Putin, tienen ambiciones decimonónicas: conquistar territorios ricos en minerales; el Dombás ucraniano, las tierras raras de ese país eslavo al que el magnate neoyorquino bolsiquea vilmente en plena guerra, Groenlandia y el ártico canadiense con sus glaciares en retirada dejando minerales estratégicos al alcance de las manos.
Los cuatro gigantes que se favorecen con la nueva geopolítica, el primer ministro indio Narendra Modi, el presidente chino Xi Jinping, el líder ruso y Trump, son nacionalistas y expansionistas, pero los dos últimos tienen miradas anacrónicas sobre la grandeza de Rusia y de Estados Unidos. “Make América Great Again” es un eslogan que exhibe la utopía regresiva en el “again”.
América alcanzó la cima del desarrollo y la opulencia en las ocho décadas de libre comercio que Trump intenta enterrar bajo su muro arancelario.
Aunque sus aranceles hagan regresar automotrices, no volverá el país de las grandes fábricas, colmadas de obreros y oficinistas. Esa es la utopía regresiva que despertó una ilusión ingenua en una franja amplísima de norteamericanos.
Hoy los automóviles, los ordenadores, los teléfonos y miles de productos tecnológicos están hechos con componentes producidos en distintos países. Eso es la globalización, y redujo los precios de los bienes tecnológicamente complejos.
Así como Henry Ford hizo que un producto de lujo, como eran los primeros automóviles, quedara al alcance de inmensas clases medias al crear la línea de montaje que posibilitó la producción en serie, la globalización esparció la producción de alta tecnología y masificó su uso al abaratar sus costos.
La visión geopolítica de Trump y Putin quedó en el mundo de los grandes imperios que se disputaban posesiones coloniales para obtener materias primas.
Esa puja desembocó en la Primera Guerra Mundial. Woodrow Wilson fue el presidente norteamericano que intentó racionalizar la producción, el comercio y la política internacional promoviendo la democracia, con un árbitro que evitara nuevas guerras: la Sociedad de Naciones.
Europa no entendió a Wilson, aportó al fracaso de la Sociedad de Naciones y se deslizó hacia la Segunda Gran Guerra, después de la cual Estados Unidos fue el eje del libre comercio que potenció el desarrollo y expandió la prosperidad.
Ese es el orden que podría quedar sepultado bajo el muro de aranceles de Trump.