Las recientes elecciones han dado lugar a mucho comentario: más sobre la derrota de los blancos y la Coalición que sobre el triunfo del Frente Amplio. ¡Por qué provoca más comentarios esa derrota que la victoria? Es que esa derrota no ha tenido explicación: sigue siendo, para muchos, una derrota inexplicable.
El Partido Nacional ha decidido postergar para después de las departamentales la autocrítica de su derrota: eso quiere decir, para el año del golero. Por si algún blanco todavía sigue pensando que es necesario buscar las razones de la derrota actual propongo al sacrificado lector mi análisis: el Partido Nacional perdió estas elecciones porque nunca entendió ni se dio cuenta por qué había ganado las de cinco años atrás.
Aquellas elecciones pasadas podían haber sido una ordinaria rotación de partidos en el gobierno. Pero no fueron solo eso: fueron algo más; pero no se supo hasta más adelante. Luis Lacalle Pou dijo en su discurso inaugural ante la Asamblea General que aspiraba a dejar un país más libre al final de su mandato. A los quince días de ese discurso se abatió sobre el país la epidemia del Covid y el presidente y todo el gobierno, desestimando la voz del Frente Amplio que, previsiblemente y según los antecedentes consuetudinarios del país, clamaba por cuarentena obligatoria, dijeron: libertad responsable. Y el país (una mayoría decisiva) respondió a esa novedad con un 70% de aprobación al gobierno. Esa respuesta indicó que algo se había desplazado en la matriz de la opinión pública, algo se había movido en el Uruguay de siempre, el que fue matrizado en el batllismo, primero vigoroso, desgastado luego por el uso y recogido por el Frente Amplio; las viejas estrofas del Estado protector ahora con música frentista.
Comportamientos posteriores de los uruguayos indicaron que había sucedido algo consistente, no fortuito: ese talante nuevo se ratificó en el plebiscito de la LUC y se volvió a ratificar más tarde en el plebiscito del BPS, ocasión ideal esta última para que renaciera la vieja voz del Uruguay amortiguado y amortiguador. Había tenido lugar un cambio allá en las honduras de la cultura íntima del país: un número suficiente de uruguayos había inclinado la balanza; había un Uruguay que sintonizaba con el discurso de la libertad responsable y todas sus variantes.
Pero la dirigencia política del Partido Nacional y de la Coalición no se dio cuenta de lo que había pasado: esa dirigencia no vio nada, no reformuló su discurso para contactarse con esa parte de Uruguay donde se había verificado el cambio. Nunca interpretaron bien los motivos del resultado electoral, repetidos después en los sucesivos plebiscitos.
Y luego se hizo una campaña electoral prometiendo un segundo piso de transformaciones sin mencionar -y mostrando no haberla entendido- la transformación principal. Dejaron sin respuesta, sin contacto, sin discurso en común, a esa porción de orientales que, por varias veces seguidas, se había comportado de acuerdo a un espíritu nuevo y que ya no se invocaba más. Y esa gente, esos votantes se fueron, volvieron al seno del viejo discurso del Uruguay amortiguador y al pairo.
Esto, sacrificado lector, es la explicación de lo que sucedió. Naturalmente no la van a aceptar los que nunca se dieron cuenta del problema.