La verdadera derrota

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El nuevo informe del New York Times de que Rusia está dando señales discretas de su disposición a congelar la guerra en Ucrania es a la vez sospechoso y tentador.

Las advertencias son muchas: un armisticio dejaría a Vladimir Putin en control de aproximadamente una quinta parte del territorio ucraniano. No es digno de confianza; podría utilizar negociaciones prolongadas para reforzar sus fuerzas para un nuevo impulso, o para apaciguar a los legisladores occidentales para que recorten la ayuda a Ucrania; puede estar estancado con la esperanza de que Donald Trump, su opción preferida para presidente, regrese a la Casa Blanca y endurezca a Ucrania. Pero si Putin habla en serio, Ucrania no debería dejar pasar la oportunidad de poner fin al derramamiento de sangre. El territorio recuperado no es la única medida de la victoria en esta guerra.

Una dolorosa revisión de la realidad muestra el frente ucraniano-ruso de 600 millas de largo en una congelación figurativa y literal, agotando los recursos ucranianos y vidas, sin muchas perspectivas de cambio en el futuro previsible. La tan esperada contraofensiva ucraniana de los últimos seis meses tuvo un costo enorme en bajas y material, pero apenas empujó las líneas del frente.

El conflicto aún podría dar un giro inesperado, como ya ha ocurrido antes. Pero la perspectiva en esta coyuntura es la de una larga guerra de desgaste, que infligirá cada vez más daño a Ucrania, sacrificará cada vez más vidas y extenderá la inestabilidad por toda Europa. Tal como van las cosas, “Ucrania albergará en el futuro previsible la falla geopolítica más peligrosa de Europa”, sostiene Michael Kimmage, autor de Colisiones, una nueva historia de la guerra. Prevé un conflicto interminable, que profundiza la alienación de Rusia respecto de Occidente, consagra el putinismo y retrasa la integración de Ucrania en Europa.

Ese, al menos, es el pronóstico sombrío, si la victoria en la guerra continúa definiéndose en términos territoriales, específicamente, el objetivo de expulsar a Rusia de todas las tierras ucranianas que ocupó en 2014 y durante los últimos 22 meses.

Pero recuperar territorio es la manera equivocada de imaginar el mejor resultado. La verdadera victoria para Ucrania es salir del infierno de la guerra como un Estado fuerte, independiente, próspero y seguro, firmemente arraigado en Occidente. Sería exactamente lo que Putin más temía de un estado vecino, con profundos vínculos históricos con Rusia, y sería un testimonio de lo que Rusia prometió convertirse en 1991, cuando ambos países se liberaron de la Unión Soviética, antes de que Putin ingresara al Kremlin y sucumbiera al agravio y al atractivo del poder dictatorial y la ilusión imperial.

Cualquier conversación sobre un armisticio es comprensiblemente difícil para Zelensky, el intrépido presidente ucraniano que ha tratado firmemente de proyectar una imagen de éxitos constantes en el campo de batalla que impulsa la moral. Sería muy doloroso, y políticamente muy difícil para él, detener los combates sin castigar a Rusia y dejarle el control de tanta tierra ucraniana. Detener la lucha no significa conceder a Putin una victoria. Ucrania y gran parte del mundo no aceptarán su anexión de ningún territorio ucraniano. El ejército ruso ha sido mutilado y humillado, y la economía del país ha sido separada de Occidente.

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