La verdadera libertad

En estos días, la Iglesia Católica rememora (revive), una de las maravillas centrales de su fe: el acto de amor por el cual Dios, nuestro Padre, quiere redimir a sus criaturas compartiendo su vida y mostrándoles el camino de la felicidad, por medio de su Hijo, Jesucristo.

Dentro de la riqueza de esa realidad, que puede aparecer lejana para el no creyente, hay un valor hacia el cual el ser humano siempre se ha sentido atraído: la libertad.

La libertad está en el cerno del mensaje cristiano.

La libertad está también, en el cerno de la noción de vida de los hombres.

Solo que no son lo mismo.

Se llaman igual: libertad, pero no consisten en la misma cosa.

Empecemos por el lado “humano-práctico” -por llamarlo de alguna manera.

La primero con lo que nos encontramos es que tampoco en este campo, lo que se llama habitualmente “libertad”, ha tenido siempre el mismo contenido.

Históricamente, en los comienzos, la libertad era entendida como la ausencia de constreñimientos externos. Lo que Isaiah Berlin llamaba la libertad “negativa” o la libertad “de”. Adicionalmente, la libertad personal era concebida dentro de un orden general de libertades que, a su vez, apunta hacia un fin, la causa final de Aristóteles, el Bien Común.

Con el tiempo, esa concepción va a ser juzgada como insuficiente (no basta con que nadie me ponga la pata encima) y será sustituida por la “libertad positiva”, la libertad “para”: yo quiero ser libre con el potencial para desarrollarme.

Todavía aquí no se corta totalmente el vínculo con un orden macro y un fin de Bien Común.

Pero no parará ahí la evolución propiciada por el ser humano: del derecho humano a la libertad, pasamos al Derecho Individual, que no es exactamente la misma cosa. La concepción del derecho individual a la libertad es, para empezar eso, individual: mía, sin referencia a cualquier otra cosa, sea un orden de libertades o un fin que le dé sentido.

Es mi derecho a realizarme personalmente, sin vínculo con un orden mayor de libertades, ni con una finalidad de Bien Común.

La libertad pasa a ser el reclamo de todo aquello que me proporcione satisfacción, (de preferencia, inmediata), que todos deben concederme. No requiere de otra explicación o justificación.

Así, la libertad va a perder algunos de sus atributos principales. Ya no será una cualidad del ser humano, explicada por la razón de ser de este que, a su vez, apunta a un fin de Bien Común.

Pasa a ser un derecho del individuo, el medio y motor para mi desarrollo personal. Algo mío. Ya no parte de mi naturaleza -un derecho natural- sino algo de mi propiedad (se usará el término “inherente”, en sustitución de “natural”).

La resultante en nuestras sociedades será una explosión de expectativas, traducidas en reclamos, que subsumen la noción de deber y borran el concepto de Bien Común.

El sentido del ser humano será la felicidad concebida como satisfacción personal de inclinaciones -mayoritariamente “materiales”- y alcanzada por la práctica constante de “hacer lo tuyo”.

Miremos la otra opción: ¿cuál es la noción de libertad en la propuesta de vida que el cristiano busca revivir durante la Cuaresma, la Semana Santa y la Pascua?

El cerno de esa noción es el amor: sin libertad no puede existir el amor.

Ahora bien, el amor, por definición, es relacional, no individual. No es egoísta. Es en relación a otros.

Y es a ese amor que la persona somete su libertad, la pone al servicio.

Cristo viene al mundo por amor a los hombres, para salvarlos. Y lo hace obedeciendo al Padre. Libremente, por amor (“Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya” -Oración en el Huerto de Olivos, Lucas 22,39).

La realización de la persona sigue estando en la libertad, pero en otra noción de libertad: no lo da mi satisfacción/diversión individual (inmediata, continua y hasta progresiva), sino la de mi realización en el amor (la empatía, la solidaridad… como quieran llamarlo) por los demás, en aras de un Bien Común.

“Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Juan 14.13)

Esa es la libertad a la que se apunta en la Cuaresma y en la pasión de Cristo.

La que lleva a la Pascua, a la realización plena del hombre, en medio de la creación.

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