¿Las derrotas enseñan?

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No hay nada que aprender del éxito”, dijo el legendario David Bowie. Podríamos entonces aprender de los fracasos. Y me incluyo en esa lista de personas. El problema es que no queda muy claro cuántas veces habrá que perder elecciones para que nuestros dirigentes políticos consideren que ha llegado el momento de considerar este siglo como tiempo de fracasos.

Vivimos en un nuevo país. Uno muy distinto al que teníamos cuando se forjó la matriz de nuestra cultura política.

En las elecciones de 1966, Colorados y Blancos sumaban 1 millón cien mil votos y el FIDEL sumado al PDC no superarán los 140 mil votos (aproximadamente).

En 1971 se dieron cuenta de que debían coaligarse. Juntarse para vencer a los partidos tradicionales. La propuesta de una alianza superior no disimulaba las profundas diferencias que había entre cristianos y marxistas o entre tupamaros y batllistas escindidos, etcétera.

Y la espera por resultados triunfales se hizo larga. 5 derrotas en elecciones nacionales y 44 años les llevó alcanzar el Gobierno. En el camino, escisiones y hasta medidas dolorosas. Alguna hasta con visos de alta traición, como fue “desprenderse” del liderazgo del gral. Seregni. Recordamos aún sus penosas y sentidas palabras de autocritica por haber aceptado alguna vez que el MLN se integrara políticamente al FA.

Por si fuera poco, “nosotros” dimos una ayudita extra al pergeñar el balotaje y de paso reconsolidar un nuevo bipartidismo. Hoy no estamos bailando con música prestada. Fuimos nosotros mismos quienes la compusimos pero aún no la hemos aprendido a cantar. Nuestro balotaje dividió las aguas de una sociedad que empezó a sincerarse ideológicamente. Antes liberales y socialdemocratas votaban dentro de los partidos tradicionales y acumulaban para una identidad partidaria que reposaba más en la historia o la costumbre que en las ideas. El FA y el balotaje facilitaron las cosas para dar cabida a seguidores del colectivismo o del Estado sobreprotector. La lógica de tercios desparejos sólo nos va quedando como recurso para lograr una cantidad de bancas que en el mejor de los casos nos contenta, sabiendo que el progresismo no ha alcanzado una mayoría absoluta en la Asamblea General. Fue así en octubre. Desunidos los liberales es hasta probable que sumemos más votos que si fuéramos juntos. Pero aun así, en octubre pasado tanto voto disperso en lemas minoritarios sin representación sólo sirvieron para consolidar una mayoría parlamentaria del FA exclusiva -eso sí- para el Senado. (Y cuánta pena nos dio, por ejemplo,que un Pablo Mieres no haya llegado al senado).

Y, por si fuera poco, no solo nos presentamos desunidos, sino que además, y para que no nos tilden de neoliberales o de derecha o “supremacistas” o machistas, ofrecemos un menú al electorado que no difiere mucho del recetario progre de nuestros adversarios. Entiendo el ¿por qué? Pero el elector no tanto y termina prefiriendo el original a la copia.

Aún así no habrá Coalición Republicana. No hay afectio societatis aún suficiente para madurarla y que tenga otra organicidad. Falta coraje y sobran cargos y sillones calentitos o a calentar en 5 años. Nadie saldrá de su “chacrismo” hasta que las derrotas pongan en juego sus zonas de confort. Hay un Uruguay que no considera a Venezuela un país con “déficit democrático”. Esos deberían votar juntos en un mismo lema de aquí en más.

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