Las elecciones argentinas

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Una porción significativa de los uruguayos, entre los cuales la totalidad de los frenteamplistas, anhelaban el triunfo de Massa por dos razones básicas: su profunda simpatía por el peronismo, fraguada durante años y su total rechazo al liberalismo de Milei. Otro grupo, más pequeño, aún descreyendo del peronismo, apostó por Massa. Enfrentados a la incertidumbre que suscita la figura de Milei optaron por el mal menor. El resto de los orientales se inclinó, sin entusiasmo por el “liberal libertario”, por más que nunca ocultaron la poca solidez de su opción. Casi todos ellos creen que la gestión política debe realizarse sin estridencia, desechando a los “outsiders”. No es común en nuestra Banda clonar animales, vender órganos, despreciar al Estado y sobre todo, abrazar al mercado en nombre de la libertad. La generalidad de los liberales uruguayos, que los hay, si bien colocan a la libertad en primer lugar, no vituperan de la igualdad a la que relacionan con la libertad. Son, sin saberlo, rawlsianos, “liberales igualitaristas”, una lógica elección en el pequeño país de las medianías.

Lamentable o afortunadamente, la realidad se opuso a las esperanzas massistas; del otro lado del río triunfó por un margen no esperado el “liberal libertario”, el partido, entre otros, de Friederich Hayek, Milton Friedman, Murray Rothbard, Robert Nozik, o en la Argentina Juan Bautista Alberdi, el genio tras la Constitución de 1853. Milei los celebra como sus maestros. Si igualando matices, es posible distinguir entre un liberalismo social (Rawls, Dworking, que no descree de la sociedad y el Estado pero sí apoya su moderación ) y otro individualista, que abjura de todo colectivismo, pone en cuestión la política y coloca al individuo como eje de toda moral, ahí, desafiante se encuentra Milei. El gobierno -vocifera- es necesario pero no natural, su única función es tutelar la paz interior y la seguridad exterior. “La libertad, carajo”, es la condición propia del hombre.

Todo esto y bastante más dijo este hombre en sus intervenciones mediáticas, un show de mal gusto y descontrol. Resta ver cuánto puede y quiere hacer con tanta ideología, si es que esta fuera correcta. Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde Locke o el propio Rothbard, como para recibir, sin profundas modificaciones, al anarquismo económico. Mucho más si la fuente es un economista que se comunica con sus perros. Originales y clonados.

Aún así nuestros hermanos lo eligieron como presidente. Fueron una mayoría suculenta. Y eso abre un diferente nivel de análisis, no solamente sobre lo que ocurrió, sino sobre lo que cabe esperar de esta elección. Un 44% de los votantes optó por Massa, pese al desastre de su gestión. Dentro de ese conglomerado, nada pequeño, un 36% ya lo había elegido en las primarias, donde se impuso con comodidad. Esa elección era, como toda primaria, la que medía el poder electoral de cada partido. ¿Acaso este porcentaje implica, como sostienen muchos analistas, que se acabó el peronismo? ¿O que terminó una cultura política reemplazada por otra que la enterrará definitivamente? Me permito dudarlo.

No solamente porque el peronismo aun con todas sus carencias estructurales sigue atrayendo a más de un tercio de los argentinos, sino porque la cultura peronista no es frágil, menos liviana. Por el contrario, está profundamente adoptada por un sector urbano y capitalino de la población de la Provincia de Buenos Aires y ninguna elección ha supuesto hasta ahora su extinción. No es casualidad que desde 1946 cuando por primera vez fue gobierno, haya soportado sin quebrarse a nueve dictadores militares dispuestos específicamente a hacerla desaparecer, Lonardi, Aramburu, Onganía, Levingston, Lanusse, Videla, Viola, Galtieri y Brignone. Sin hablar de la veda que durante años le impusieron los mandamases castrenses, ni de la ambigüedad al respecto de los restantes partidos.

Recién en 1983 consiguió adquirir nuevamente derechos políticos y desde entonces gobernó seis períodos, una verdadera hazaña que habla de su arraigo, aún cambiando las circunstancias. Tanto que se ha podido proclamar que junto al mate, el asado o el bombo, el peronismo es un modo de ser argentino, una forma de asumirse de los sectores populares. Podrá olvidarse a alguna de sus muchas facciones, entre otras el kirchnerismo, muy golpeado por las recientes elecciones, pero seguramente surgirá quien lo sustituya, aunque quizás con menor pregnancia.

Milei ha conseguido un inesperado triunfo. Aun así no puede olvidarse que su techo electoral es el treinta por ciento conseguido en las primarias. Por su lado Juntos por el Cambio, con Macri y Bullrich a la cabeza, lograron la mejor estrategia en la coyuntura. Consiguieron posicionarse como el grupo que posibilitó el triunfo de Milei. Sin su aporte del veinte por ciento de votantes, el mismo no hubiera sido posible. Ahora se sitúan como el sector que aporta racionalidad y contención a las imprevisibilidades de Libertad Avanza. No es un dislate pensar que ha conseguido superar su derrota: tanto en cargos como en la anhela-da estabilidad en la gestión. Probablemente haya sido lo mejor que pudo ocurrirle.

No puede pensarse lo mismo de la gestión de los restantes partidos. La Unión Cívica Radical, el viejo partido argentino, a la que acompañó en gran parte de su historia en el siglo XX, ha quedado nuevamente mal situado en los resultados. Se negó, no sin cierta lógica, a apoyar a los liberales en la votación definitiva, fracturando de tal modo su relación con Juntos por el Cambio. No parece que la misma pueda reestablecerse. Por segunda o tercera vez en su historia el respetable partido de Alfonsín, emerge herido de la contienda. Bueno sería para el país hermano que reviviera. En cuanto a la izquierda pura y dura, ha demostrado una vez más su poca importancia para la historia argentina. Montado en sus indecisiones, apoyando, a veces no y otras sí, al rampante peronismo, nunca logró presencia plena en la historia argentina.

En la última y feroz dictadura de Videla, el Partido Comunista Argentino llegó a apoyar a la dictadura militar. Argumentó que la lucha de clases atravesaba el ejército. Cualquier analogía no es debida a la casualidad.

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