El espinillo es un arbusto que puede llegar hasta los cinco metros de altura. Tiene copa redondeada y ramas oscuras con espinas. En algún momento se la consideró especie invasora, pero no lo es. Cuando emergen sus flores amarillas dan un aroma agradable. Su floración áurea indica a la gente de nuestro campo que llegó la primavera. A los pescadores se les informa que las tarariras vuelven a picar.
En estos días se conmemora el 166o aniversario de un hecho trágico ocurrido en 1858 al pie de un espinillo en Durazno. Fue frente a uno de esos arbustos que el infame Anacleto Medina, siguiendo órdenes del gobierno de Pereira, faltó a su palabra y llevó a cabo lo que se conoce como la Hecatombe de Quinteros.
Los hechos son conocidos.
Todo empezó con la prohibición de hacer una reunión del Club de la Defensa. Después se prohibió a diarios hablar de algunos temas, luego se detuvo a ciudadanos y se les deportó en un vapor a Buenos Aires.
El General César Díaz, uno de los desterrados, y varios compañeros más se rebelaron contra el gobierno de Gabriel Pereira. Este, si bien de origen colorado, fue el candidato del blanco Manuel Oribe que lo rodeó de Ministros, jefes de policía y secretarios de su partido.
Pereira, renegó del Partido Colorado y llevó adelante una política fusionista. Un grupo de colorados, llamados conservadores, se opuso a esto. Fueron perseguidos. Primero prohibiendo sus medios de prensa, luego no permitiéndoles realizar reuniones políticas y, finalmente, algo que era común en la época, desterrándolos.
Pese a que la revolución de Díaz tuvo al comienzo éxitos como el de Cagancha y llegó a internarse dentro de la ciudad de Montevideo, la poca cantidad de efectivos que tenía le obligó a retirarse. Perseguido por el gubernista Anacleto Medina fue alcanzado en el Paso de Quinteros, sobre el Río Negro. Este parlamentó con Díaz y le aseguró que si se rendía su vida y las de sus soldados sería respetada.
Existen muchas pruebas de ello.
El gobierno de Pereira no honró el compromiso asumido por Medina. Frente a un espinillo duraznense dieron muerte al héroe de Caseros, junto a uno de los Treinta y Tres Orientales, muchos oficiales más y quintaron a gran parte de la tropa.
La reacción del General César Díaz ante ese acto cobarde y vil es digna de ser relatada. Dice la crónica que fue “bajado de su caballo, robado por la soldadesca de sus espuelas de plata, cinto con dinero, sombrero y poncho. Lo ataron con maneador codo con codo y así lo condujeron al lugar del suplicio, que fue a la cabeza del ejército y al pié del espinillo”.
Con los cabellos erizados por la cólera cuando pasó frente al traidor Medina no se quejó de que se le daría muerte. Se quejó de algo que para él era más importante. Le espetó al infame en la cara:
-“General Medina, ya no vale nada la palabra de un general oriental”.
Su queja fue por el no respeto del compromiso asumido.
Detrás de él llevaron a Francisco Tajes, de quien Garibaldi había dicho era “el más valioso de los americanos”. Este, mirando a los verdugos, exclamó: “Al Coronel Tajes no lo matan miserables cobardes” y se disparó un tiro por debajo de la barba.
Luego le tocó el turno al héroe de nuestra independencia, el Gral. Manuel Freire, uno de los treinta y tres que pisó la arena de la playa de la Agraciada el 19 de abril de 1825. El viejo combatiente por la libertad murió según el cronista “sereno, enjugando alguna lágrima, recordando tal vez la familia”.
La crónica podría seguir porque fueron cientos.
Hay otro hecho aún peor.
Las familias de los rebeldes, junto con representantes diplomáticos, pidieron al presidente Pereira que parara la masacre. La leyenda dice que este dio la contraorden pero su comunicación fue dilatada por personas cercanas a él. Para cuando llegó de Montevideo a Durazno ya se habían consumado la “massacre”, como la definió el representante de Francia.
Al año de la Hecatombe, la Iglesia Matriz de Montevideo estaba llena de mujeres vestidas de negro. Al comenzar el oficio, la hija del Gral. Manuel Freire se levantó y colocó una corona de espinas sobre el altar. Estas provenían del espinillo, ante el cual se llevó a cabo la hecatombe.
El Partido Colorado cada vez que fue objeto de actos de este tipo los asumió en forma callada, discreta. No realiza actos ni recuerdos.
Eran aquellos tiempos bárbaros, de caudillos, revoluciones y degollamientos.
Quinteros fue un parte aguas. Pereira solicitó la ayuda del Brasil, según los tratados firmados con ese país, que luego quemarían y rechazarían. Venancio Flores se encontraba exiliado e iniciaría su Cruzada. Vendrían después más dolores, odios y enfrentamientos, que tuvieron su gestación en lo ocurrido frente al espinillo, cuyo aroma dejó lugar al de los cuerpos mutilados que ni siquiera enterraron.
Esos lodos trajeron otros barros.
A ciento sesenta y seis años de Quinteros, salud a César Díaz, Manuel Freire, Francisco Tajes y todos los héroes.