Ya son demasiadas las voces que, dentro y fuera de los Estados Unidos, advierten sobre la pulsión oscura que mueve a Donald Trump. Es probable que, sin una sombra de fascismo oscureciendo el futuro inmediato de la democracia norteamericana, no estaría disputando voto a voto el Despacho Oval de la Casa Blanca una candidata tan distante del brillo mental y personal de Barak Obama, como Kamala Harris.
Es probable que la ex fiscal de California y actual vicepresidenta tuviera menos chances si casi, o poco más, de la mitad de los norteamericanos no la vieran como un mal menor frente a la amenaza que representa el líder ultraconservador que quiere volver a la presidencia.
Una larga lista de militares, dirigentes republicanos y ex altos funcionarios conservadores del gobierno que encabezó el magnate neoyorquino, coinciden con señalar su posible regreso al poder como un grave peligro para Estados Unidos. También desde el exterior hay voces que hablan de fascismo, por caso el siempre bien parado John Carlin, porque es la palabra que sugieren las descripciones de Trump que hace demasiada gente que trabajó a su lado y lo conoce en profundidad.
El general John Kelly, quien durante el gobierno de Trump, tuvo un rol clave y muy cercano al entonces presidente, explicó que el líder de los ultraconservadores encuadra perfectamente en la definición de fascista. Usó ese término, no en el sentido más amplio que estableció Umberto Ecco al hablar del “ur fascismo”, sino en términos ideológicos claramente mussolinianos. Según el ex jefe de Gabinete de la Casa Blanca, Trump encuadra objetivamente en la definición de fascista como líder dictatorial que preside una autocracia centralizada promoviendo el militarismo, la supresión de la oposición y la creencia en una jerarquía social de carácter natural.
John Kelly afirma haber escuchado a Trump sostener que, como presidente, podía y debía usar el ejército contra los opositores, que los generales le debían una lealtad “como la de los militares nazis a Hitler”, y también elogiar en varias oportunidades de manera directa y explícita al “führer” que desató la II Guerra Mundial y que industrializó el asesinato con los campos de concentración donde mató millones de hombres, mujeres y niños de la menra más deshumanizante y cruel.
En esas ocasiones, con preocupación, el entonces jefe de gabinete y otros altos funcionarios explicaban a Trump que los militares no debían ser leales al mandatario sino a la Constitución, y que pretender lo contrario era anticonstitucional, lo mismo que perseguir opositores y usar el ejército para el orden interno.
¿Por qué creer ahora al funcionario trumpista que en aquel momento no hizo público lo que le escuchaba al entonces presidente?
Su respuesta puede resumirse en que, al escucharlo repetir ahora en público lo mismo que entonces decía en privado, comprueba que no eran exabruptos por ofuscación ni torpezas por ignorancia, sino señales profundas de su pensamiento y visión del mundo.
El filósofo Norberto Bobbio fue una voz autorizada moral e intelectualmente para explicar el fascismo. En el colegió organizó Avanguardia Giovanile Fascista, brazo estudiantil del Partido Nacional Fascista al que luego se integró, pero acabó siendo un agudo detractor de la doctrina de Mussolini. Por eso sus descripciones de los líderes fascistas resultan tan esclarecedoras para descubrir ese gen autoritario en gobernantes y outsiders del siglo 21.
Varios nombres aparecen en la mente de quien hoy lee a Bobbio explicando que el líder fascista habla de “decadencia y corrupción insultando y agrediendo como si fuera puro y honesto…pero, en realidad, es sólo un criminal que, más que luchar contra la decadencia y la corrupción, lo que hace es irradiar maldad”.
Según ese intelectual italiano que explicó sus preocupaciones por el sistema liberal-demócrata en libros como “El futuro de la democracia”, la crueldad es un rasgo distintivo del fascismo. Y ese rasgo hoy aparece impúdicamente expuesto en líderes como Donald Trump.
Después de su intento de golpe contra el Poder Legislativo mediante el asalto al Capitolio, ha crecido el temor de que regrese al poder y vuelva a embestir contra la institucionalidad para crear la versión norteamericana de la autocracia con que impera Vladimir Putin, cuyo modelo político ha elogiado públicamente.
Ese temor se convirtió en la pregunta inquietante que ronda en la mitad (o casi) del país cercana al Partido Demócrata: ¿puede Estados Unidos convertirse en una dictadura?
Esa pregunta, que sonaría absurda en décadas y siglos anteriores, hoy ronda el debate político junto con temas como inmigración ilegal, aborto y cambio climático.
Y a la sombra del autoritarismo se le añadió el concepto que define su matriz ideológica: fascismo.