Lo ninguneó muchas veces de manera ofensiva. Desde las tribunas políticas lo describió como pusilánime y perdedor. “Has perdido nueve veces y ahora serás derrotado por décima vez”, le gritó en un acto de campaña. Sin embargo, ese hombre sereno, que no grita ni gesticula en sus discursos, le impidió al sultánico y ampuloso Recep Tayyip Erdogán consagrarse ganador en la primera vuelta.
Con sus 74 años y sin levantar la voz, Kemal Kilicdaroglu logró que la presidencia se defina en un ballotage. Nadie contrasta más con Erdogán que ese veterano socialdemócrata que logró unificar todas las vertientes del ataturkismo, desde la derecha hasta la izquierda, explicando la necesidad de recuperar la democracia que agoniza a la sombra de un autócrata que lleva dos décadas diluyendo pluralismo, libertades y secularidad.
Al ver las encuestas que situaban a Kilicdaroglu por encima, Erdogán recurrió a medidas demagógicas como suspender las tarifas de gas y electricidad, aumentar salarios y adelantar la edad jubilatoria en varios rubros. Una montaña de arbitrariedades cometió el presidente que redujo la libertad de prensa a una mínima expresión y puso el aparato estatal a su disposición.
En semejante asimetría, el casi 45% de los votos que obtuvo Kilicdaroglu vale más que el 49% de Erdogán.
Kilidaroglu tiene otras desventajas políticas, como ser alaví. En Turquía una abrumadora mayoría profesa el Islam suní, mientras que los alavíes están en los márgenes de la religión mahometana, como los alauitas y los drusos en la región del Levante, constituyendo una herejía para el sunismo salafista.
El ballotage es una incógnita. Dependerá de cómo se repartan los votos que obtuvo Sinan Ogan. El dirigente de extrema derecha sacó el 5% con una coalición ultraconservadora. Si esos votos se desplazan con coherencia ideológica, beneficiarán a Erdogán, porque Ogan levanta banderas anti-kurdas y exige la proscripción del HDP, partido que representa a esa minoría étnica desde la izquierda y el independentismo. Y Kilicdaroglu no romperá con el HDP para atraer votos de Ogan.
El enigma se develará el 28 de mayo. El resultado es crucial en la configuración del tablero internacional. Ademas de un presidente y un modelo de liderazgo, en Turquía se dirime es el diseño del tablero global donde se van formando dos bloques encaminados hacia un choque frontal.
Con Erdogán, Turquía está parada en uno de los bloques pero marcha hacia el otro. Por eso el triunfo de la coalición de centroizquierda que lo enfrenta implicaría detener esa marcha y hacer que Turquía regrese a lo que dejó de ser: un miembro confiable del bloque donde la colocó el ataturkismo a mediados del siglo 20.
Los gobiernos que siguieron la senda secular que trazó Kemal Ataturk al crear la república sobre los escombros del viejo Imperio Otomano, convirtieron a Turquía en miembro OTAN.
Con muchos vicios autoritarios y niveles de corrupción superiores a los europeos, la Turquía moderna atravesó la Guerra Fría teniendo el apoyo y la confianza de sus socios occidentales.
Sólo hubo dos sorpresas en más de medio siglo: el gobierno de la primera ministra Tansu Ciller, por ser mujer, y el gobierno que encabezó el Necmettin Erbakan, por haber sido el único primer ministro de un partido islamista, hasta que aparecieron Abdula Gül y Erdogán.
El siglo 21 comenzó con la llegada al poder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), de carácter religioso, aunque se consideraba la versión turca y musulmana de los partidos democristianos de Europa, Filipinas y Latinoamérica.
Abdula Gül siguió siendo un moderado, pero Erdogán mostró desde un principio una voluntad de acumulación de poder personalista que perturba el espíritu de la democracia. Y desde su segunda jefatura de Estado comenzó a reemplazar el parlamentarismo por el actual híper-presidencialismo.
Así empezó la “sultanización” de Erdogán. Alejado del moderado Abdula Gül, junto a quien había logrado una ola de inversiones que produjo un vigoroso crecimiento económico, el ex alcalde de Estambul se convirtió en un presidente sultánico que impulsó la re-islamización de la sociedad. Pero las inversiones empezaron a decrecer. También los salarios, devorados por una inflación desenfrenada.
A Kilicdaroglu lo apoyan las potencias occidentales, mientras que a Erdogán lo apoyó abiertamente Vladimir Putin y, de manera más discreta, Xi Jinping y el régimen iraní.
Si gana Kilicdaroglu, Turquía volverá al parlamentarismo y a su vocación atlantista. Pero si gana Erdogán, continuará acercándose a China, Rusia y la teocracia persa.