El viernes pasado no fue Black Friday para las compras, pero fue viernes negro para el modo nacional de vivir la libertad de prensa.
Ese día El Espectador abandonó el periodismo para ser sólo radio deportiva. ¿Decisión comercial? Sí. Legítima, pero no inocua. Tiró por la borda un siglo de siembra plural y libre que gestó el modo uruguayo de hacer radio.
En 810 kilohercios resonaban los ecos de la Troupe Ateniense. Desde El Reporter Esso con el timbre tenor de Héctor Amengual al editorial que leía Juan Carlos Florit y escribía Juan Carlos Patrón, Decano de Derecho, poeta en el tango Murmullos que cantó Gardel, dramaturgo en Procesado 1040 que estremeció conciencias; desde el informativo del mediodía con Hugo Milton Infantino hasta las mañanas con Paula Barquet y Raúl Ponce de León, El Espectador labró una tradición de servicio privado al interés público.
Resulta entre antiestético y ofensivo que el Ing. Agr. Ponce de León haya sido laureado con la conducción del debate previo al balotaje y a los 20 días lo silencie la indiferencia histórica con que se entierran los valores acumulados por la marca-país en que trabajaba.
El mismo viernes negro supimos que Canal 4 desplazó a Santo y Seña. ¿Decisión comercial? Otra vez sí. Y otra vez legítima, pero no inocua.
Ignacio Álvarez, el Bicho Amaral y su equipo sellaron un estilo. Sin ocultar convicciones ni disimular simpatías, lanzan reflexiones filosas, investigan detrás de lo sabido, acusan de frente y desnudan estafadores chantas.
Gracias a ese programa, nos enteramos de muchas cosas. Es que “todo se sabe”, pero a condición de que se indague con denuedo. La verdad no nos llegaría nunca revelada, si todos miramos pa’otro lado y nos enfundamos en el no-te-metás.
El programa alguna vez no me plugo. Pero antes y más allá de discrepancias o gustos, está la pasión por la libertad de pensamiento y la libertad de expresión del periodismo y está, en igual plano, el derecho a la información que tiene la ciudadanía. De todo lo cual es fruto y guardián la libertad de prensa.
Se trata de una libertad que pertenece tanto al redactor o emisor como al destinatario, por la razón que enseñaba Montaigne cuatro siglos antes que naciera la televisión: “Las palabras pertenecen la mitad a quien las pronuncia y la otra mitad a quien las recibe.”
Formados por el libro que nos marcó, por el refrán que nos levantó y por la melodía que nos revivió, la voz de cada uno de nosotros es la conjunción de los muchos que lo pulieron en todas las etapas de la vida.
Habrán cambiado los tiempos y los temas, habrá un mundillo soft o wok con la sensibilidad achatada, pero el hilo conductor de cada uno como persona, y de todos como pueblo, se nos unificó -y nos imprimió identidad- gracias al tránsito y el aporte de muchos, que en sus divergencias nos llaman a deliberar y a ascendernos por dentro.
Hoy el país vive su transición presidencial en orden, pero el partido llamado a gobernar pasó al estado de avispero, por los raptos de sinceridad del matrimonio Mujica-Topolansky, volcados en libro y en improvisaciones microfónicas.
Ante eso, hay una sola receta: raspar hasta el hueso, gracias a que a la entrada de 2025 aún quedan protagonistas de 1973.
Ello requiere escuchar todos a todos y fortalecer la función reflexiva, elucidante, filosófica, de las voces de nuestra voz.