El Dr. Vázquez se fue respetado, como respetado fue en las investiduras que le confirió la ciudadanía y en el modo singular con que condujo al país.
Lo despidió el encomio y la manifestación callejera de sus seguidores, que por dos veces lo ungieron Presidente. Lo reverenciaron sus adversarios, que, sin balances, valoraron su carrera médica, su fulgor político y la voluntad con que vivió y supo morir.
El Presidente Lacalle Pou le rindió el doble tributo de recordar con ternura los diálogos íntimos que llegó a tener con él y de callar lo que en ellos escuchó. El gobierno lo honró con tres días de Duelo Nacional. Todo correcto. Pero faltó la cureña, la marcha fúnebre que es tradición en la Fuerza Aérea, la ciudadanía de todos los partidos acompañando unida y el discurso de un Ministro en nombre del Poder Ejecutivo y del país. Faltaron signos propios del convivir republicano. Y si el Covid-19 explica que no se haya programado la parte multitudinaria de lo que extrañamos el domingo, no justifica que, despidiéndose a un protagonista de primera magnitud, haya faltado el discurrir de Estado, que no se sustituye por Twitter ni por declaraciones recortadas en la TV.
La República no es solo el gobierno de las mayorías, la convivencia tolerante y la buena relación de los opuestos. Igual en Derecho Constitucional que en lógica matemática, eso es necesario pero no suficiente. La República es más.
La República es un orden público normativo, una decisión de estar juntos en los bajíos del sufrimiento y en las cúspides de los sueños, un tener cosas para sentir y decir en común, incluso después de haber vivido fracturas y hasta guerras fratricidas. Y es ese orden espiritual unificador el que, además de sus acólitos, debió despedir formalmente al hijo de La Teja que supo llevar al gobierno al Frente Amplio y también supo entregarlo en paz tras la derrota, obedeciendo a un modelo nacional opuesto a la inspiración castrista que lo fundó.
Por eso, la despedida de la gente de su lema, aun siendo multitudinaria a contramano del virus y vocinglera a contramano del dolor, y aun recibiendo el homenaje de los adversarios, a nuestro juicio no bastaron. Es que como los partidos no son más que el Estado -porque la política no es más que el Derecho- ni aun todos juntos pueden eclipsar lo institucional, tan luego en un momento alto de los sentimientos públicos que debió servir para unirnos y abrazarnos.
La apropiación de un expresidente por un partido es típica de un modo de gestionar rompiente y totalitario. Fue una mortaja impropia para un ciudadano que como gobernante respetó la libertad de todos. Ni la voluntad de la familia ni la vocinglería del FA ni la pandemia legitiman que el Estado haya dejado de elevar a conceptos la parte indeleble -el combate al tabaco, las ceibalitas…- de lo que hizo el Presidente médico, pescador y futbolero que despedimos.
Mientras agonizaba Vázquez, una Fiscal -portadora de poder público- dijo que la crítica le “chupa un h… o un ovario”. No se inmutaron sus jerarcas. Vergüenza. No se inmutó la opinión pública. Vergüenza. Un Estado que soporta tamaña bajeza en un Magistrado juzgador y que despide a un servidor público mayor sin integrar a su fuerza inspiradora lo noble que él hizo más allá de las contiendas, condena a su pueblo a vivir con Derecho débil y cultura decadente.
Y eso no hay coronavirus que nos haga aceptarlo.