Referéndum: ¿y ahora qué?

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leonardo guzmán
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En la votación sobre la LUC, el gobierno conservó el apoyo de origen. En los dos años corridos desde la asunción, nos pasó de todo: nos abatió la pandemia, se nos estiró la inflación, nos estrechó el atraso cambiario, se nos dispararon los combustibles.

Y así y todo, la administración del Dr. Lacalle Pou no solo concita respeto. Confirma en su caudal de base. La diferencia es sólo 1 %, pero aleluia.

El conglomerado FA-Pit-Cnt ratificó por tercera vez su condición de minoría mayor. Confirmó tener tragaderas a prueba de desmentidos. No le dio para vitorear a Valenti, a quien los dirigentes pidieron auxilio después que los apostrofó, pero les alcanzó para negarse a sí mismos la derrota.

Alguien afín al gobierno declaró que hay que ser cuidadoso, porque cualquier error puede hacer perder la próxima elección. Tiene razón en preocuparse por no retroceder a lo ya soportado. Pero hay que ser cuidadoso siempre, no por miedo electoral. Y no hay que apostar a no cometer errores, porque eso equivale a pedir que los gobernantes sean dioses y no falibles mortales.

Por encima de que hubo un equipo triunfador y otro equipo derrotado, lo exiguo de la diferencia muestra un país dividido en dos. Ello podría ser repetición de viejos tiempos, pero sería ceguera desconocer que hay una diferencia enorme entre este bipartidismo y el que otrora nos engrandeció. El actual está manejado por una agremiación que, como tal, lucha por sus intereses y no por el bien común. Puesto que los gremios agrupan a la gente por lo que hace y no por lo que siente y piensa, no pueden jamás sustituir a los partidos ni gobernarlos. Es así en doctrina constitucional, es así en la práctica. Tanto, que todos los ensayos que entreveraron Estado y gremios patronales u obreros terminaron siendo fascismos.

Con este panorama, que en el Uruguay se haya instalado una paridad de fuerzas entre lo que se hace llamar “la izquierda” y lo que se moteja como “la derecha” es un dato útil para diseñar encuestas, encargar propagandas y apalabrar candidaturas, todo lo cual integra el juego democrático pero no colma lo que la República requiere hoy.

Necesitamos más que preparar las batallas comiciales azuzando miedos recíprocos. Nos hace falta más que votar por el menos malo. Precisamos recuperar un auténtico diálogo cívico, que, supere diagnósticos y cálculos cortos y vuelva a levantarnos la mirada para fertilizar la vida pública con ideales humanistas.

Es imprescindible encender el alma del país con principios e inquietudes. Hoy se los calla, no sólo en el quehacer político sino incluso en la actividad privada. Sí: también el ejercicio de las profesiones y la producción de servicios se acotan cada vez más en protocolos de procedimiento, por lo cual siembran cada vez menos conciencia de justicia, libertad, salud y señorío sobre sí mismo, dejando espacio abierto al relativismo y la despersonalización.

La República no es sólo un andamiaje electoral que obliga a elecciones puntuales y prolijamente escrutadas. Es un programa de vida personal en libertad, que está inscripto en la Constitución. Lo que hoy nos cruje no es, felizmente, la legitimidad del gobierno, pero es el vaciamiento valorativo, cultural y por ende cívico.

Si nos ocupamos de todo eso, se abrirán caminos para acercar los opuestos. Y eso, para un país partido al medio importa antes de imaginar quién haya de ser el sucesor o el sucesor del sucesor del Presidente hoy ratificado.

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