Seguramente sea un síntoma de hacia dónde vamos como sociedad o quizá una causa de por qué estamos como estamos, y de qué rol juega en nuestras vidas el trabajo y cuáles son las reglas a las que debemos atenernos en este.
Últimamente se reiteran las consultas vinculadas ya no con aspectos instrumentales del contrato de trabajo, como la categoría, la remuneración, el horario, los descansos, o la actividad sindical, sino con aspectos más etéreos, pero no por eso menos importantes como la buena fe o la lealtad.
No debemos perder de vista que un contrato de trabajo es ante todo un acto voluntario de dos personas. Solo de dos personas. Es siempre, un acto individual, donde las voluntades que lo perfeccionan son únicamente dos: la del empleado, y la del empleador.
Como en todos los contratos, además de la letra escrita que estipula las cuestiones prácticas (qué, dónde, cuándo, durante, cómo, cuánto), va de suyo que la confianza, la buena fe, la lealtad, y la diligencia tienen que estar presentes, y obligan a las dos partes. Esto no es ni más ni menos que la verdad desnuda de las relaciones de trabajo, son entre dos, y al final del día, solo son dos las partes. La plata, antes, durante, o después, solo va de uno de los dos lados, al otro.
Eso no obsta a la existencia y desempeño de las organizaciones sindicales. La norma internacional, y la ley nacional, reconocen, avalan, y protegen su existencia y funcionamiento.
Pero está claro que son dos planos de las relaciones laborales, circunstancias diferentes donde el juego de contrapesos es bien distinto. En las relaciones laborales individuales el vínculo trabajador-empresa puede estar muchas veces desnivelado en favor de una de las partes. El derecho protege al más débil, muchas veces con justicia, algunas con exceso. Aquí uno u otro bancan en propia persona las consecuencias de su accionar.
Las relaciones colectivas de trabajo son otro cantar. Los intereses son distintos. Se mezcla la política, las ansias de poder, la ideología, la búsqueda de notoriedad. Los contrapesos pueden a veces poner en peligro a la empresa, aún siendo esta muy grande.
Porque el accionar sindical casi siempre es inimputable. Son raros los casos donde rinden cuentas ante la ley, más extraños aquellos en que pagan por el abuso de hecho o de derecho, o por la simple negligencia como cualquier hijo de vecino.
La buena fe y la lealtad, principios-valores que rigen las relaciones laborales, han marcado a través de la historia las relaciones humanas, individuales o entre grupos. Fulano es buena gente, Zutano es hombre de palabra, no significan otra cosa que el reconocimiento a virtudes que están por encima del contrato, de la norma escrita que es ley entre las partes.
Cuando una organización que nuclea a personas que celebraron con libertad un contrato de trabajo cruza los límites irritada porque las dos partes del contrato de trabajo negocian entre ellas dejándola fuera -con legitimidad- del reparto de la torta, y provocando daño -aunque solo sea reputacional- a un empleador, se han cruzado todos los límites. Se han transgredido la buena fe y la lealtad.
La libertad y los fueros sindicales no son patente de corso.
También implican reconocer límites.