Liturgia de paranoia

Compartir esta noticia

Hay balas que matan y hay balas, que sin hacerlo, quedan para la posteridad. Balas que, de alguna manera, son eternas. La que le rozó la oreja derecha a Donald Trump es una de ellas.

A una semana del intento de asesinato, no se sabe exactamente qué pasó. No hubo parte médico. No hubo declaraciones de los médicos. Nada. Todos vimos el resto: el hilo de sangre, el puño en alto, la bandera detrás, la foto icónica. La foto para la historia. ¿La foto que termina de imprimir un halo victorioso en su campaña? Es posible.

El día antes del último asesinato de un presidente estadounidense (Lincoln 1865, Garfield 1881, McKinley 1901, Kennedy 1963), el historiador Richard Hofstadter dio una conferencia en la Universidad de Oxford en la que habló sobre el tinte conspirativo y las mentes inusualmente enojadas de la política de Estados Unidos.

Esa charla dio pie a su libro El estilo paranoico en la política estadounidense que fue publicado en 1964. “La derecha moderna”, afirmó, “se siente desposeída: Estados Unidos les ha sido arrebatado en gran medida a ellos y a sus semejantes, aunque están decididos a intentar recuperarlo”. La frase tiene 60 años. Podría haber sido escrita ayer.

Estados Unidos sigue repitiendo su historia de muchas maneras. La polarización no es nueva. La ley de Derechos Civiles de 1964, pieza clave para prohibir la discriminación racial, abrió la puerta a que el Partido Republicano se convirtiera en la casa del blanco ansioso y a que los negros pudieran votar. Los temores al desbalance demográfico y a la inmigración fueron fundamentales para el triunfo de Trump en 2016. Lo son otra vez este año. El multimillonario que supo fundir sus propios casinos se convirtió en héroe del hombre blanco de clase trabajadora que se percibe inseguro y discriminado social y económicamente. La habilidad para explotar el sentido de estatus perdido, de vender futuro a costa de la nostalgia, la desindustrialización, la agenda woke, el avance de la mujer, el exceso migratorio. Todo ello lo acerca a la Casa Blanca.

Lo ayuda la obstinación de Biden y la inseguridad del Partido Demócrata. La falta de honestidad sobre la fragilidad del presidente y la ausencia de habilidad para ejecutar a tiempo un plan B. Dos tercios de los votantes demócratas no quiere al presidente de candidato. Es difícil de entender, si le cuesta terminar una frase, cómo podría terminar otro mandato. Un recambio, no del todo inverosímil, le daría oxígeno a una campaña que sobrevive con respirador artificial. Aunque la economía marcha bien, Biden no tiene la confianza del electorado y, pese a todo, está cerca en las encuestas.

Escuchar a Trump hablar de unidad y oírlo decir que él es el defensor de la democracia es como seguir la receta del loco que pretende hacernos creer que sabe curar su propia locura. Escribir sobre los peligros de Trump y no repetirse es tan difícil como escribir sobre la habilidad de Messi y no repetirse. La amoralidad, la deshonestidad y la megalomanía de Trump son incuestionables. Las voces críticas del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 quedaron silenciadas. El 70% de los republicanos piensa que Biden se robó las elecciones de 2020. Su compañero de fórmula, JD Vance, dice que hubiera apoyado el intento del expresidente de revertir los resultados.

Este otrora antitrumpista y ahora presunto heredero del MAGA se hizo conocido por describir en su libro la decadencia del hombre blanco y pobre de zonas industriales en declive. Hace unos años consideró que Trump podría llegar a convertirse en el “Hitler estadounidense”. Si fuera por él, prohibiría el aborto. Un ángel endemoniado, con ojos claros y el radicalismo del converso.

La división política orquestada: acentuar la fractura del electorado de manera deliberada para llevarse la mitad más grande. Esto no empezó con Trump, pero lo ha sabido manejar con maestría. El político disruptivo por excelencia. El que logró que lo indecible se vuelva decible. El condenado por la Justicia. Es, además, un tipo gracioso. Eso siempre suma. Y actúa como un ganador. Su reacción al balazo lo reforzó.

La historia de la vida política de Trump es la historia de la lucha entre un estilo autoritario y las limitaciones que un sistema de contrapesos puede ejercer. A juzgar por los últimos años, la república es más frágil. La mitad de los republicanos considera que su tradicional estilo de vida desaparece tan rápido que quizá sea necesario recurrir a la fuerza para revivirlo. La mitad también opina que, a veces, los líderes pueden saltarse las reglas. Se puede ver esto de manera aislada o se puede ver como consecuencia del mesianismo de Trump, líder de un movimiento que lo venera. El culto a la personalidad hecho carne. La liturgia trumpista abraza a los participantes de la convención con la oreja vendada y la fe ciega a los defectos del líder.

La paranoia comulga con más fluidez con las causas nocivas. Y no hay que ser un demonio para caer en ella. Los trumpistas son gente normal. Personifican la más reciente expresión de una retórica que parte de una psicología donde la paz es una utopía y donde la inclusión genera zozobra.

La violencia ha sido parte central de la historia política de Estados Unidos, una tierra ocupada desde el origen por tribus antagónicas. “Al final”, apuntó Hofstadter hace más de medio siglo, “el verdadero misterio no es cómo Estados Unidos llegó a su peligrosa posición actual, sino cómo ha logrado sobrevivir”.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premium

Te puede interesar