Felipe VI llegó a la Argentina acompañado por un reclamo que toca a su familia: los Borbones.
¿Hasta qué punto es demagógica y en qué punto tiene lógica la exigencia del presidente mexicano?
Plantear un pedido de perdón por sucesos tan antiguos, no es tan descabellado como podría aparentar. En definitiva, la propia España pidió perdón a los judíos por la expulsión de los sefaradíes en 1492. Incluso hubo una oferta de compensación por parte de Mariano Rajoy, titular del gobierno que pidió el perdón: ofreció la ciudadanía española a los descendientes de los judíos del antiguo Sefarad.
Juan Pablo II y Francisco también ofrecieron disculpas por crímenes de la iglesia en tiempos de la conquista. No obstante, lo lógico es reclamar disculpas por acontecimientos más cercanos en el tiempo.
Justin Trudeau se disculpó ante el pueblo inuit por “el genocidio cultural” que en el XIX y principios del XX intentó el estado canadiense. Como la iglesia católica, fuerte en la provincia de Quebec, fue parte de aquellos intentos de re-culturización forzosa, el actual primer ministro acaba de sugerir al Vaticano que se sume al pedido de disculpas.
No es absurdo ni delirante. Es una refundación de la relación intercultural. También de la mirada sobre el otro. Los pedidos de perdón son indispensables para abordar desastres ocurridos en los últimos siglos.
Hizo bien Emmanuel Macron al pedir perdón a Argelia, en nombre de Francia, por las aberraciones de la guerra sucia contra el independentismo de mediados del siglo pasado. Era indispensable que Alemania se disculpara ante judíos, gitanos y demás víctimas de los genocidios y desastres que causó el nazismo.
Fue un gran aporte de Holanda pedir perdón por la negligencia que posibilitó la masacre de Sbrenitza, en Bosnia Herzegovina. Hizo su aporte Theresa May al disculparse en nombre del Reino Unido ante los países caribeños por el destrato que padecieron los inmigrantes llegados tras la Segunda Guerra Mundial.
Sería sano que Londres pidiera otras disculpas y que Estados Unidos le siguiera, por ejemplo con Vietnam. Igual que Rusia debiera pedir perdón a Afganistán y a los países centroeuropeos y centroasiáticos a los que impuso el yugo soviético.
Turquía, por su parte, debiera reconocer el genocidio armenio y la lista de disculpas pendientes sigue. Pero esto no implica que la exigencia del presidente mexicano a España no sea demagogia extemporánea.
Cuando el reclamo se remonta a tiempos remotos, se vuelve absurdo. En eso acertó el líder conservador Pablo Casado al decir, con ironía, que Francia debiera disculparse ante España por la invasión napoleónica.
Los ejemplos son casi infinitos: los escandinavos debieran pedir disculpas a islandeses, franceses y británicos por las invasiones vikingas; Italia a Francia por la conquista de las Galias y a la vastísima extensión en Europa, Medio Oriente y África que conquistaron los centuriones romanos.
Turquía por el sometimiento de los sultanes otomanos a las naciones balcánicas y árabes, entre tantos otros ejemplos de disculpas adeudadas por los descendientes de los antiguos conquistadores que plagan la historia.
Planteado como lo planteó López Obrador, el tema sólo parece una extravagante modalidad de demagogia. Y lo es. Pero eso no implica que no sea importante concientizar en este tiempo sobre los crímenes cometidos por supremacismos remotos.
Al fin de cuentas, tanto Guatemala como el sur de México, así como los Balcanes, Sudán, Birmania, la India, Oriente Medio y muchos otros rincones del planeta, han mostrado, mediante genocidios y limpiezas étnicas, las atrocidades que se siguen cometiendo en nombre de proclamadas superioridades raciales, culturales y religiosas.