Milei nos habla. Sí, a nosotros, los uruguayos, Su victoria nos está mandando mensajes muy claros, y solo hay que parar la oreja para escuchar.
El primero, no por ya mencionado otras veces, menos relevante. Hablamos de la desconexión que existe entre los círculos influyentes a la hora de analizar la vida política, y el resto de la sociedad. El 99% de los analistas, periodistas y académicos consideraban que era imposible que ganara Milei. Que es un loco, inestable, que habla con perros muertos. Que es “un salto al vacío”, que esas ideas ultra, mega, neoliberales, no caminan en esta zona del planeta. ¡Ganó por 12 puntos!
Y ojo que esa mirada no era solo en Uruguay, era en Argentina, era en las agencias internacionales de noticias, era la visión del mundo académico más o menos serio. ¿Nadie de toda esa gente percibió un fenómeno político que logró esa paliza electoral? ¿Qué están mirando?
Y no es algo tan raro. Pasó con Trump, pasó con la constituyente en Chile, y pasó en la segunda vuelta en Brasil, donde pese a la insólita unanimidad del “sector de opinión”, de toda la prensa formal, la academia, y el mundillo politizado global, Bolsonaro perdió por un pelo frente a Lula. Está pasando demasiado seguido.
Esto no solo revela el cambio cultural que estamos viviendo, donde la fragmentación del manejo de información hace que la gente pueda vivir en burbujas casi aisladas por completo. También có-mo el accionar de ciertos actores ideológicos ha dominado lo que se podría considerar el “sentido común” de los sectores influyentes, volviendo hegemónicas verdades bastante discutibles. Pero, sobre todo, alejando la sensibilidad de este mundillo de la del resto de la sociedad.
Tome nota para nuestra campaña.
Hay un segundo mensaje que nos envía Milei, y tiene que ver con la hipocresía. “Duele Argentina”, decía por estas horas la activista Lilián Abracinskas. Tal vez usted no la conozca, pero se trata de una voz muy influyente en los ambientes que mencionábamos más arriba, y que pese a tener un discurso de un socialismo integrista y hasta infantil, es figura repetida en informes de prensa, matinales de TV, y hasta ha dado conferencias de prensa junto al presidente del Frente Amplio.
Es curioso que a una persona que vive en Uruguay, profesión activista, y que se jacta de una sensibilidad social y catadura moral superior, le duela algo que a una mayoría tan abrumadora de argentinos parece alegrar. ¿No? Sobre todo porque nunca vimos que Abracinskas expresara igual dolor cuando en cada uno de los últimos 20 años los datos de la sociedad argentina evidenciaran una decadencia cruel. Cuando se veían en directo los escándalos millonarios de la era “K”. Cuando el gobierno que todavía no termina, sacó a la policía a la calle a detener a viejitas que iban a tomar sol a la plaza en la pandemia. ¿Eso no dolía?
Ahí está un eje central de todo esto. El dolor selectivo que afecta a gente que nunca se hace cargo de las consecuencias de las ideas que apoya. Porque el proceso de decadencia que vive Argentina es claro y evidente desde hace décadas. Y sin embargo, cada elección se ve a los mismos sectores dispuestos a darle una nueva oportunidad a los mismos gobernantes que estaban enterrando al país. Hablando del “clase A” de Alberto Fernández, de qué político profesional excelso era Massa, del carisma y clase oratoria de Cristina... Usted sabe.
Y esto nos lleva a la tercera lección que nos grita con su voz más cascada Milei desde el otro lado del río. Y es cómo, para ciertas visiones ideológicas y de entender la política y la sociedad, los resultados importan menos que los discursos.
Alcanza ir un día a Argentina, para comprobar el nivel de decadencia social que vive ese país, tras casi 20 años de una determinada receta política. Esa que conjuga un estatismo exacerbado, con el cultivo del resentimiento, altos impuestos, voluntarismo económico, y burocracias prepotentes. Las mismas que defienden en Uruguay los que quieren estatizar las jubilaciones (como Cristina), que dicen que la inflación baja no importa (como Massa), o que las personas no pueden gestionar su libertad (como Alberto).
“Esto iba camino a Venezuela”, nos decía esta semana Jayson, un chofer de Uber venezolano en Buenos Aires, migrado de una familia clase media de Puerto Ordaz, y cuya mayor ambición era viajar a Indiana a juntarse con sus hermanos. ¡A Indiana! Pero Jayson no les duele a los dolidos por el resultado argentino. ¿Por qué?
A Milei le podrá ir bien, más o menos, o mal. Dependerá de muchos factores. Pero lo que está fuera de duda para cualquiera con mínima mirada crítica es que Argentina es un nuevo ejemplo de políticas e ideas que no funcionan. Pero, insólitamente, quienes las defienden siguen dando lecciones morales desde lo alto, como si nada hubiera pasado.