Después del frenesí consumista previo a la Navidad el país ha ingresado en el clima social y psicológico del verano, el afloje de las vacaciones.
Aún los militantes partidarios se han dado a sí mismos una pausa: hay fatiga entre los que perdimos las elecciones y, en los ganadores, perplejidad en lugar de euforia porque el estruendo de las confesiones de la mítica pareja Mujica-Topolanski ha dañado uno de los relatos constitutivos del actual Frente Amplio.
La transición de gobierno propiamente tal se está tramitando aceitadamente como corresponde. También eso es un patrimonio del Uruguay y un ejemplo para el mundo.
El gobierno que se va entrega las carpetas con toda la información a los nuevos gobernantes para que estos puedan tomar las riendas evitando (en lo posible) lo que en el tenis se llama errores no forzados. Y se hace de cuenta que no se oyó aquello de que el país se cae a pedazos o que el gobierno de Alberto Fernández era un gobierno clase A, o que no se oyó la exultante confesión de la futura Ministra de Defensa respecto a su deslumbramiento por la revolución cubana y que no se oyó a la futura Ministra de Industria embalarse con incorporar a ANCAP al proyecto de hidrógeno verde con 1.800 millones (hasta que el Ministro Paganini le hizo acordar de la regasificadora, la PLUNA, lo que hubo que poner por Sendic)… Pero todo sin estridencias y facilitando…
Después de esta pausa de fin de año y Reyes empezará la campaña por las elecciones departamentales.
Este trámite, que siempre es importante, esta vez tendrá para el Partido Nacional una significación mayor a lo acostumbrado. Las elecciones nacionales dejaron una lacerante pregunta respecto al comportamiento político de los blancos del Interior. De los blancos de a pie y de los dirigentes.
Pasadas las departamentales, se abrirá el período de cinco años de gobierno del Frente Amplio. ¿Qué actitud o qué comportamiento asumirá el Partido Nacional para ese futuro? Uno imagina que pueden suceder dos cosas pero desea que sea una. Veamos.
El Partido Nacional podría interpretar que su misión fundamental habría de ser constituirse como obstrucción frontal diciendo no a todo lo que provenga del gobierno (es decir, comportarse como se comportó el Frente Amplio durante todo el período pasado, desde la pandemia hasta el último día). O, por el contrario, ubicándose en la oposición como corresponde, el Partido Nacional habrá de dirigir su mirada al país más que al Frente Amplio, hablarle al Uruguay, seguir construyendo su mensaje partidario, explicando sus proyectos y propósitos, puliendo su discurso y su visión del país en el ejercicio de una constante interlocución con él, consolidando lo que el Partido ha sido y es para el Uruguay (desde el gobierno cuando lo tuvo y desde el llano, la mayor parte del tiempo).
Esto -que algunos denominan con imprecisión batalla cultural (generalmente después de una derrota electoral)- es la misión permanente de un Partido permanente como el Partido Nacional. Esto es hacer Patria haciendo política. Esto es lo que tiene que encarar el Partido, con entusiasmo viril, según diría el viejo Luis Alberto de Herrera, como su colaboración al Uruguay de hoy y al Uruguay del mañana.