Al anunciar la integración del equipo que va a acompañar al Dr. Oddone como titular del Ministerio de Economía y Finanzas, las autoridades entrantes señalaron que todavía les falta información completa sobre el estado en que habrán de recibir a la República.
A pesar de eso, hay, sí, certidumbres que se abren paso:: las finanzas están bien ordenadas, pero, pandemia por medio, la deuda pública y el déficit presupuestal son mayores que los que gravaban al Uruguay el 1 de marzo de 2020, cuando el Dr. Tabaré Vázquez entregó el Poder Ejecutivo al Dr. Luis Lacalle Pou.
Tenemos el deber de seguir de cerca los números finales y su justificación. No sólo para entender la inevitable polémica partidaria, sino también para otear el horizonte y profundizar reflexiones para reconstruir la esperanza e inyectar inspiración y entusiasmo al emprendedor y al asalariado a la vez.
Pero si hablamos de deuda y déficit, no basta leer y oír sólo a los economistas. Hay capítulos enteros de la vida nacional que son deficitarios y sin embargo no se miden en planillas Excel: son los déficits educacionales y culturales que acortan el horizonte de las personas y del país.
Es grande el privilegio de tener una educación Primaria y Secundaria laica, gratuita y obligatoria. Es grande la ventaja de que la Universidad del Trabajo y la Universidad de la República estén abiertas a todo el que apruebe los cursos previos, sin exámenes adicionales que limiten la admisión. Es grande el beneficio de contar con una Universidad gratuita, al alcance de ricos y pobres. Todos esos son viejos orgullos del Uruguay.
Pero todos debemos darnos por enterados de que esos beneficios no bastan, porque a todos nos consta que hay grandes bolsones de ignorancia y, además, hay palpables insuficiencias, incluso en quienes completan carreras y obtienen títulos.
La comprensión lectora, la capacidad de abstraer y conceptuar, la organización lógica del discurrir y las bases filosóficas del conocimiento en el Uruguay existen, pero están muy lejos de generalizarse.
En un mundo que sobrepasa los 8.000 millones de habitantes, un país que no llega a los 3 millones y medio no tiene derecho a resignarse ante el estancamiento y el retroceso de su educación y su cultura. Tampoco tiene derecho a reducir el tema a la acusación recíproca entre los partidos o las facciones gremiales, porque el asunto no es quién tiene más culpa sino cómo paramos la subcultura zombi que se nos está viniendo encima.
Los déficits en materias básicas del sentir y el pensar afectan el recorrido vital de grandes contingentes de personas y terminan lesionando al país entero, haciéndolo vivir por debajo de lo que puede y debe ser.
Por eso, además de vigilar los números a partir de los que se deba gobernar el elenco venidero, debemos encarar los déficits culturales y educativos de nosotros mismos, que mantienen al Uruguay sin mística, sin entusiasmo y con el horizonte corto. En un mundo cada vez más duro y amenazante, es tiempo de rebelarnos contra las carencias que rebanan destinos por falta de una filosofía de vida que les vigorice el espíritu. De lo contrario, no sólo viviremos económicamente pobres.
Además, los males de la dejadez y la ignorancia sitiarán y derrotarán al pensamiento.