Como el 27 de octubre dejó una composición en el Legislativo estrictamente empatada entre los dos bloques que se disputan el gobierno, Frente Amplio (FA) y Coalición Republicana (CR), la elección que realmente decidirá el rumbo del país, sin fuertes condicionantes de mayorías que inclinan la cancha de la gobernabilidad, será el balotaje presidencial del próximo domingo. Y más allá de esfuerzos variados por relativizar las diferencias entre un candidato y otro, la verdad es que el Uruguay de 2030 no será el mismo si gana Orsi a si gana Delgado la presidencia de la República.
Orsi fijará una política exterior alineada con la progresía sudamericana de Lula, kirchnerismo y Maduro; dará protagonismo a los gremios en el gobierno de la educación; la seguridad estará a cargo del equipo de Bonomi, que fue el responsable de los tremendos fracasos pasados; intentará revocar decisiones que hoy están funcionando y que fueron aprobadas por referéndum popular en marzo de 2022 -en seguridad y educación, por ejemplo-; revisará la reforma de seguridad social con la demagógica idea de volver a que la mayoría pueda jubilarse con 60 años; y encaminará el estado del alma del país hacia una especie de reducto de izquierda globalista, con influencia radical estadounidense woke, fanatismo ambientalista, y pluriporquerías de políticas de género inspiradas en los programas de la ONU.
Delgado mantendrá el rumbo de apertura internacional, ahora apoyado por Buenos Aires con su formidable alianza con el Estados Unidos de Trump; seguirá el rumbo de la reforma de la educación actual, que empieza a mostrar buenos resultados y que, además, en gran parte fue ratificada en el referéndum de marzo de 2022; profundizará el actual camino de mejoras en la seguridad, esas que permiten razonablemente esperar que en 2030 logremos bajar las rapiñas anuales a los guarismos anteriores a 2005; dará por cerrado el tema de la reforma de la seguridad social, más allá de las urgencias a resolver y de los retoques menores a realizar, porque así lo acaba de definir el pueblo que rechazó el plebiscito de la papeleta blanca; y encaminará el estado del alma del país hacia la esperanza de sostener el mayor desarrollo de Sudamérica, venciendo la grieta política con propuestas de grandes acuerdos entre FA y CR en temas de largo plazo, y afirmando así nuestra personalidad de democracia ejemplar en el continente.
En el famoso cuadro de Blanes “los dos caminos” hay un gaucho que señala a otro un camino a tomar. Los dos están bien montados. En las amplias pampas de su derredor, nada hay que les limite su libertad de elegir. Pero en el ventoso atardecer que los envuelve, y que seguramente esté apurando por tomar una decisión, la gestualidad del gaucho que argumenta deja sospechar que lo que está en juego es por el bien de los dos, y que con fraterna convicción hay una mano abierta que señala el mejor camino posible a ser compartido.
El domingo próximo estaremos como esos dos gauchos de Blanes. Tendremos, gracias a nuestra espléndida democracia, la entera libertad de elegir y la absoluta certeza de que las urnas reflejarán fielmente nuestra opción mayoritaria. Entre los dos caminos propuestos, yo no tengo la más mínima duda que lo mejor para la Patria es el triunfo de Delgado.