Los peligrosos ecos del disparo en Pensilvania

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“Sean gentiles con el muchacho”, alcanzó a decir William McKinley a la multitud que pateaba en el suelo al joven que acababa de dispararle dos balas mortales. El vigésimo quinto presidente de los Estados Unidos murió días después por las heridas que le causó León Czsoljosz, el joven anarquista que gatilló en aquel octubre de 1901.¿La razón? Su ideología, sobre la que había leído libros que lo fanatizaron.

También tenía una posición claramente definida John Bolth, el actor de teatro que casi cuatro décadas antes del asesinato de McKinley irrumpió en el palco del Teatro Ford y baleó al presidente Abraham Lincoln. Bolth era racista, partidario del esclavismo y resentido por la derrota de los Estados Confederados del sur en la Guerra de Secesión.

Una larga lista de presidentes de Estados Unidos, así como gobernadores y aspirantes a la Casa Blanca, fueron blanco de ataques magnicidas. Pero buena parte de esos atentados, como el que acabó con la vida de James Garfield en 1881, fue perpetrado por personas con desequilibrios mentales o razones personales que no tenían que ver con la política.

Las dos mujeres que, en distintos momentos, dispararon contra el presidente Gerald Ford en 1975, padecían trastornos severos y una de ellas integraba la secta de Charles Manson. Un caso parecido fue el John Hinkley, un muchacho fascinado con Hitler que terminó internado en un psiquiátrico tras balear en 1981 a Ronald Reagan.

Sin embargo, en ese caso hubo varias voces del ala ultraconservadora del Partido Republicano, que simpatizaban con figuras radicalizadas y vinculadas el Ku Klux Klan, como el senador por Arizona Barry Goldwater, que apuntaron su dedo acusador a la izquierda y también quisieron culpar al discurso de los demócratas contrarios a la “Revolución Conservadora” de Reagan y Margaret Thatcher.

Con esa irresponsabilidad ideologizada actuaron el presidente argentino y el líder de Vox, tras el ataque a Trump. Javier Milei acusó “a la desesperación de la izquierda internacional que ve como su ideología nefasta expira” y promueve “la violencia para atornillarse en el poder” porque, “con pánico a perder en las urnas, recurren al terrorismo para imponer su agenda retrógrada…”.

Las del presidente argentino fueron palabras marcadas por la exacerbación ideológica que podrían alimentar la violencia política contra las centroizquierdas en el mundo y contra los demócratas en Estados Unidos.

Vladimir Putin hizo lo mismo que Milei y Santiago Abascal, pero fue más quirúrgico para ayudar a Trump a volver a la Casa Blanca. El presidente de Rusia acusó a Biden y al Partido Demócrata de crear con sus discursos de odio el clima político de alta agresividad que produjo el atentado.

Sólo algunas horas más tarde, trascendía que el francotirador está registrado en las listas de votación del Partido Republicano y que a los 15 años donó 15 dólares a la campaña de Biden, lo que hicieron muchos republicanos que se oponían a Trump. Lo único claro sobre las razones del intento magnicida, es que no hay nada claro, salvó que disparó con un fusil AR-15, la marca que usa la empresa Colt para la venta civil de los fusiles M-16 que utiliza el ejército norteamericano. A esa arma semiautomática, utilizada en la mayoría de las masacres perpetradas por lunáticos en shoppings, escuelas, universidades etcétera, el fallido magnicida no la robó de un destacamento policial; la sacó del placar de su padre.

Que la venta de ese tipo de armamento este prohibida es lo que piden los demócratas. Los republicanos conservadores, aliados de los lobbies armamentistas y sumisos al dictat de la Asociación Nacional del Rifle, la defienden. Y Donald Trump es uno de los más entusiastas defensores de que los armamentos de guerra se vendan a los civiles.

El magnate neoyorquino aportó, con sus entusiastas defensas de la venta civil masiva de armas, a que un muchacho como tantos con desequilibrios criminales, tuviera al alcance de su mano el fusil AR-15 con que le disparó en Pensilvania.

Por cierto, más allá del ardor en su oreja herida, a Donald Trump el demencial ataque le dio la mejor foto de campaña. Hilos de sangre sobre su mejilla y su cuello, pero en pié, irguiéndose entre los agentes que lo rodeaban y levantando el puño mientras gritaba “luchen”, con la bandera norteamericana como telón de fondo. La versión unipersonal de la foto de los marines que levantan la bandera de las barras con estrellas en la isla japonesa de Iwo Jima, en 1945.

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