Los protagonistas menos pensados

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El 2024 fue un año marcado por dos desconocidos para el resto del mundo. Uno es un clérigo zaidí muerto hace dos décadas en un país marginal del Oriente Medio y cuyo nombre se escucha en todo el mundo porque bautizó a los milicianos que están atacando a israelíes, norteamericanos y eurpeos. El otro es un yihadista surgido de las entrañas de Al Qaeda que conquistó el poder en Siria, uno de los países árabes más importantes y estratégicos.

Sólo en Yemen y en algunos rincones de Arabia Saudita hay musulmanes zaidíes, quienes, paradójicamente, son los chiitas más cercanos a los suníes en términos teológicos.

El zaidismo es una rama del chiismo surgida en el siglo VIII, que se diferencia del resto de los chiíes al reconocer como quinto imán a Zaid bin Alí, el impulsor de una inmensa rebelión contra los omeyas. Haber enfrentado al califa Hisham al Malik inició una tradición de indómitos guerreros contra los gobernantes corruptos.

De esas luchas surgió el Imanato Zaidí del siglo XVI del que desciende el clan que, en la última década del siglo XX, inició una rebelión contra el corrupto gobierno de Yemen que presidía Alí Abdalá Salé.

Las fuerzas de aquel régimen asesinaron hace veinte años al clérigo Hussein Badreddin al Houti, con cuyo nombre llaman a las milicias zaidíes que él había creado y liderado, y que acabaron derribando a Salé y después a su sucesor, Mansur al-Hadi, ocupando Saná, la capital yemení, y consolidando su control sobre el norte del país.

Lo que nació como deshilachada milicia con poco adiestramiento y armamento vetusto, se convirtió en una fuerza equipada con alta tecnología bélica, porque el general iraní Qassem Soleimani los incorporó al “Eje de la Resistencia” contra Israel y sus aliados norteamericanos.

Hussein Badreddin Al Houti había bautizado a su movimiento Ansar Allah (Partidarios de Dios) pero hoy en el mundo el nombre que retumba es “Houtíes”, los seguidores del clérigo que inició la última gran rebelión del chiismo zaidí, porque son los que, con la ayuda de Irán, resistieron contra las fuerzas de Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, atacando luego con drones y misiles el territorio israelí y también los buques cargueros que atraviesan el Mar Rojo rumbo al puerto de Eilat.

Muchos pensaron que la debilidad en que se quedaron Irán, Hamas y Hezbolá por los golpes que les propinó Israel frenaría a los houtíes. Sin embargo mantuvieron su beligerancia. Incluso siguieron atacando cargueros europeos y norteamericanos aún después de recibir duros bombardeos israelíes y ataques de buques militares estadounidenses y británicos.

Tampoco entraba en los cálculos de nadie la beligerancia del Jhabat al Nusra al Sham (Frente de la Victoria del Pueblo del Levante), brazo de Al Qaeda que llevaba años agazapado en la provincia siria de Idlib.

Era impensable que la milicia creada por la organización que lanzó aviones sobre Manhattan, Washington y Pensilvania, anunciando al mundo el inicio del jihadismo global, pudiese aglutinar a las milicias que armó y financió Turquía.

Con los grupos pro-turcos quedó integrado el Hayat Tahrir al Sham (Comité para la Liberación del Levante), coalición comandada por el líder de Al Nusra que, con una ofensiva relámpago, venció en sólo diez días a un régimen dinástico con más de medio siglo de existencia. Y si Ahmed al Sharaa pudo conformar esa coalición bendecida por Reccep Erdogán, fue por roto con Al Qaeda en el 2016, corriéndose hacia el centro político-religioso y planteando una propuesta de Estado multiétnico que, además, respetaría a todos sus vecinos, incluido Israel.

En Irak y Siria era conocido por el nombre de guerra que adoptó al ingresar en Al Qaeda, Mohamed al Golani, alias que ponía en el blanco de su jihad (guerra santa) a Israel, al aludir a las Alturas del Golán, el territorio sirio donde vivió su familia hasta que fue ocupado por los israelíes en 1967.

El sirio Ahmed al Sharaa jura haber dejado de ser un jihadista del salafismo sunita que profesa Al Qaeda, abandonando la ideología religiosa, cultural y política que había adquirido cuando fue a Irak tras la caída de Saddam Hussein, para combatir a norteamericanos y chiitas en las filas de Al Qaeda Mesopotamia (AQM). Eso implicaría que a los únicos que combatirá el nuevo régimen es a los focos aislados de ISIS que quedan en Siria.

Lo que no dijo es lo que hará con los peshmergas, guerrilleros kurdos que son considerados archi-enemigos por Turquía y a los que el Recep Erdogán advirtió que deben “dejar las armas o serán enterrados con ellas”.

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