Existen dos distorsiones sobre Adam Smith muy frecuentes, una de más larga data y una más reciente. La primera consiste en presentarlo como el adalid del egoísmo y defensor de un capitalismo donde reina la ley de la selva; la segunda es la opuesta, basarse en algunas de sus frases para presentarlo poco menos que como un socialdemócrata escandinavo partidario del Estado de bienestar. Las dos están, naturalmente, equivocadas. Ya nos ocuparemos más delante de la segunda, pero la falsedad de la primera queda palmariamente demostrada en el primer libro que publicó Smith, y por el que se fue célebre en vida, La teoría de los sentimientos morales.
“La distorsión más grave es creer que Smith fue el profeta del capitalismo «salvaje», entendiendo por tal cosa un contexto económico meramente asignativo, un mercado sin justicia ni valores éticos, y solo orientado por el egoísmo. A quien más indignaría esta descripción sería sin duda al propio Smith, que fue ante todo un moralista, un admirador de la severidad estoica que se preocupó siempre por las normas que limitan y constriñen la conducta humana.” escribió Carlos Rodríguez Braun en el prólogo de la primera traducción que se realizó al español de la Teoría de los sentimientos morales.
Desde el propio comienzo de su libro favorito Smith deja claro que no es un defensor contumaz del egoísmo: “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de estos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla.” Y unas cuantas páginas más adelante comenta: “¡Qué repelente nos resulta el hombre cuyo corazón duro y obstinado solo late para sí mismo y es completamente insensible ante la felicidad o la desgracia ajena!”.
La ética de Smith toma mucho del estoicismo y del cristianismo -más allá del debate sobre su posición religiosa sobre el que volveremos- y, en este sentido, pese la responsabilidad individual sobre la conducta propia y sobre nuestras relaciones con lo demás. En otro pasaje clásico de La Teoría comenta: “En consecuencia, el sentir mucho por los demás y poco por nosotros mismos, el restringir nuestros impulsos egoístas y fomentar los benevolentes, constituye la perfección de la naturaleza humana; solo así puede producirse entre los seres humanos esa armonía de sentimientos y pasiones que resume todo su donaire y corrección. Así como amar al prójimo como a nosotros mismos es la gran ley de la cristiandad, el gran precepto de la naturaleza es amarnos a nosotros mismos, solo como amamos a nuestro prójimo, o, lo que es equivalente, como nuestro prójimo es capaz de amarnos.”
El libro está lleno de comentarios prácticos de gran sentido común que puede leerse con gran provecho personal -lo que persigue el reciente libro de Russ Roberts titulado Cómo Adam Smith puede cambiar tu vida-, al tiempo que va decantando en el objeto del libro que es, naturalmente, una teoría sobre la moral. Las conclusiones a este respecto, especialmente el desarrollo de su idea del “espectador imparcial”, así como la compatibilidad de estas profundas preocupaciones éticas de Smith con el interés personal planteado en La riqueza de las naciones serán el objeto de nuestros próximos artículos.