Los tatuajes y los otros

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Un fenómeno social que ha aumentado su frecuencia en los países desarrollados, y que también lo aparenta haber hecho en el Uruguay, es el uso de tatuajes, especialmente en los jóvenes. En los meses de calor se revelan en todas aquellas partes del cuerpo que quedan visibles: brazos, piernas, torso, cuello y hasta en la cara. Además, es sorprendente ver la cantidad de locales donde se realizan tatuajes, encontrándose hasta en los lugares más recónditos del país.

El tatuarse es algo de larga data en la historia humana y practicado por muchas culturas, ligado, por ejemplo, a ritos de pasaje en la biografía de las personas. Hoy en día, sin embargo, el cuerpo ha pasado a ser el lugar principal donde se demuestra o afirma la identidad. Parece más difícil encontrar gente sin tatuajes que con ellos, particularmente en las generaciones jóvenes, independiente del origen social de la persona.

El ser humano es intrínsecamente social, y absolutamente todo lo que hacemos se explica, en parte, en este nivel. Para entender los tatuajes es necesario practicar lo que el sociólogo americano C. Wright Mills denominó como “la imaginación sociológica”. Esta se refiere a ver cómo fuerzas sociales impersonales conforman los comportamientos individuales; en otras palabras, es intentar comprender la relación recursiva entre persona y sociedad. Para entender los tatuajes, es necesario comprender la relación entre el cuerpo y lo social, partiendo de la base de que algo que creemos es puramente individual y propio -el cuerpo- está profundamente configurado por la vida colectiva.

La sociología hace décadas que estudia el cuerpo, como lo han hecho, por ejemplo, importantes pensadores como Pierre Bourdieu, Michel Foucault o Norbert Elias. La cultura del consumo que emerge en la segunda mitad del siglo XX ha sido muy importante en definir al cuerpo como el campo fundamental donde se expresa y constituye la identidad, y, por lo tanto, se ha vuelto un objeto particular de atención y de trabajo. Los tatuajes son parte de este fenómeno, lo mismo que otras prácticas que actualmente son casi obsesivas como las dietas y el fitness.

En la década de los 60, como explica el filósofo Charles Taylor en su libro Las Fuentes del Yo: La construcción de la identidad moderna, surgió un culto de la autenticidad que estableció que la realización de la persona va de la mano de expresar su auténtica personalidad. En el caso de los tatuajes, esto resulta paradójico en la medida que cada vez más las personas quedan indiferenciadas, ya que todos tienen tatuajes. Parece ser que lo que se hace, es tatuarse. Byung-Chul Han señala cómo el valor ritual que tenían los tatuajes en otros tiempo y otras culturas se ha transformado en una expresión vacía y narcisista, que va en la dirección de una tendencia general como es la de la erosión de los valores tradicionales de convivencia públicos que se expresan en rituales sociales como la cortesía (por ejemplo, en el vestir y la presentación personal). En un mundo cada vez más alienante -es decir, donde el “auténtico yo” no se ve reflejado- todo es ajeno, opresor, e injustificable. Entonces, disminuyen los símbolos de orientación colectiva, y lo que queda es el cuerpo.

Creo que un factor clave en la extensión de los tatuajes es la tecnología digital, en la medida que esta promueve un constante presente. Ya Hannah Arendt había indicado la agudización del quiebre generacional, en el que crecientemente los jóvenes no se reconocen en lo anterior. La digitalización atenta contra la memoria a través del cambio constante, del desarraigo, y de la eliminación de las limitaciones espaciales y temporales. Con la vida cada vez más mediatizada a través del smartphone, nada culturalmente sólido tiene tiempo de crear raíces y establecerse.

Como resultado, el legado de las generaciones anteriores desaparece y se transforma en algo que imposibilita el verdadero “desarrollo del yo”. Lo legítimo pasa a ser la novedad y el cambio. Esto conlleva a que “el yo” se vuelva igual a lo que está de moda, o lo que los demás hacen. Y, en nuestra época, esto es tatuarse.

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