Están preparados los precandidatos que se han lanzado al ruedo para gobernarnos? ¿Quién dirime esa cuestión, en su fuero interno? ¿Dónde está el examen final que los habilita a ello? Como hemos manifestado desde estas páginas, la política es una carrera abierta y allí se anota un espectro amplio de ciudadanos. Los que están bien inspirados en el fin esencial de la política: hacer que la gente viva con dignidad, mejorar la calidad de vida de los ciudadanos; pero a su vez muchos de estos, bien inspirados, no tienen la capacidad o la competencia para llevar adelante esos buenos propósitos y lo saben. Están también los que buscan medrar con la política y capaces o no, su fin ulterior es otro: empoderarse con algún fin espurio, enriquecerse a costilla del erario público, etc., etc. Los ejemplos abundan.
Y finalmente, están por suerte, los bien inspirados pero además lucen competentes para el fin tan sublime de dirigir los destinos de una Nación.
Mañana será el acto eleccionario y los distintos palmarés de los candidatos con más chance, están arriba de la mesa. Pero el voto obedece en un porcentaje mayoritario a la emoción, para todas las “chacras políticas”. Tal vez los indecisos aún…, razonen más las cosas. Y si proceden con esa actitud responsable, está todo muy palmario…
Dos investigadores americanos, Dunning y Kruger, estudiando el comportamiento de ciertos estudiantes, en la Universidad de Cornell, USA, concluyeron que cuanto menos sabemos, más listos creemos ser. Establecieron que las personas con menos habilidades, capacidades y conocimientos tienden a sobrestimar las capacidad y conocimientos que realmente tienen y viceversa. Así, los más capaces y competentes se infravaloran.
Estos psicólogos sociales (uno profesor y el otro un alumno brillante), se percataron luego de muchos estudios e investigaciones, que cuanto mayor era la incompetencia del sujeto, menos consciente era de ella. Y sucedía lo contrario, con los sujetos más competentes.
Y llegaron a algunas conclusiones: reitero, se muestran incapaces de reconocer su propia incompetencia.
No solamente tienden a no poder reconocer la competencia de las demás personas, sino que siquiera son capaces de tomar consciencia de hasta qué punto son incompetentes en un ámbito.
Lo curioso de este efecto psicológico es que, además, aquellas personas incompetentes, no solo llegan a conclusiones equivocadas y toman malas decisiones, sino que su incompetencia no les permite tomar conciencia de ello. Esto es muy grave, la soberbia les opaca la mente.
Extrapole todo lo expuesto a nuestros precandidatos y saque sus propias conclusiones (sin perjuicio de aplicarlo también a quienes nos gobernaron y tomaron decisiones que aún padecemos…).
En definitiva, alguien puede ser experto en un tema y sin embargo no estar capacitado para darse cuenta de que no lo es en otros temas o habilidades.
Equilibrio en el candidato se requiere, que sea una suerte de diletante (conoce en general los temas que atañen a un gobierno), aunque puede ser “fuerte” en alguno, que haga acto de contrición con sus carencias y que se rodee de gente de bien y erudita. Y si tiene experiencia de gobierno, tendería a ser más sencillo.
¿Acto de contrición, escribí? Todos nos rasgamos las vestiduras con “nuestra verdad” y los candidatos también. Hay que ver los hechos, las conquistas, las falencias, gobernaron todos los partidos; no nos hagamos eco de propagandas televisivas que tienen como destinatarios “almas sensibles”, que sin decir nada con fundamento, apelan a lo emocional pero también al no discernimiento de la gente.
Se subestima al individuo y se lo identifica como “masa”, esclavizando su mente a discursos de pacotilla y vendedores de ilusiones.
¿Qué hacer? Como un porcentaje diría muy mayoritario, que no lee los programas de gobierno, se sabe, los votantes en su mayoría están predeterminados en su disposición a quien votar, aunque puede aparecer algún candidato nuevo que “enamore” un poco más. Entonces hay que apelar a la buena fe, que sería el inicio de un camino virtuoso, lograr un trato con las menores fricciones posibles, una voluntad firme que evite el choque espontáneo de los reflejos anímicos.
Los inversores foráneos (y los compatriotas), observan los países. Si se genera confianza y la institucionalidad se respeta, existe un plus determinante. Lo vivo cotidianamente con inversores argentinos en vivienda que se vienen a nuestra plaza, sabedores de que serán respetados sin menoscabo de ninguna violación normativa.
La omnipotencia que muestran algunos, va de la mano del hartazgo de muchos. El ignorante cree que sabe, el sabio sabe que ignora…