Luces y sombras en el futuro argentino

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En Argentina las mayorías son efímeras. Se conforman y disuelven más en rechazo a gobiernos que fracasan, que en adhesión consiente al modelo propuesto por los eventuales ganadores. Lo saben todos los líderes, pero lo olvidan cuando resultan beneficiados por una mayoría.

La victoria produce una embriaguez que lleva a muchos a creerse predestinados. De ahí a considerar que quienes cuestionan o se oponen son “enemigos” a los que se debe clausurar por el bien de “la patria”, la distancia es corta.

De momento, las señales emitidas por el presidente electo y el gobierno en formación no resultan preocupantes. Su diálogo con el Papa, al que había llamado “representante del maligno”, su invitación al presidente chileno Gabriel Boric y los nombres que van trascendiendo sobre el nuevo gabinete, son señales de moderación y de apertura. Pero en las bases se ven grupos en los que bullen muecas de intolerancia. A desactivar esos brotes antes de que ramifiquen deberían apuntar los mensajes y señales de Javier Milei.

Salir de un sectarismo populista de izquierda para entrar en un sectarismo ultraconservador, implicaría continuar en el sectarismo.

No hay sectarismo bueno y sectarismo malo. La disyuntiva es pensamiento liberal demócrata o visión sectaria, que es de lo que debe liberarse la Argentina.

Seguir atrapados en la dicotomía “amigo-enemigo”, piedra angular de las ideologías autoritarias desde que el jurista Carl Schmitt publicó El Concepto de lo Político hace casi un siglo, hasta que lo reciclaron filósofos del populismo izquierdista como Ernesto Laclau, es el riesgo que corre la Argentina.

No es una señal alentadora que haya escuadrones de fanáticos ejecutando linchamientos en las redes y que se estén multiplicando los aborrecimientos y descalificaciones a quienes cuestionen o intenten sostener miradas críticas al discurso que ganó la elección.

Eso propagó el kirchnerismo en su apogeo. Un espíritu sectario que prevaleció hasta su declinación y es posible que resurja en las trincheras opositoras. Aunque no lo reconocerán públicamente, tanto Cristina Kirchner como su hijo Máximo y demás dirigentes de La Cámpora, saben que el mejor resultado para ellos es el que se dio en las urnas.

Un gobierno ultraconservador implementando ajustes económicos duros le concede al kirchnerismo una chance más de vida, mientras que un gobierno de Sergio Massa sólo le ofrecía raciones de poder para realizar negocios turbios con impunidad, mientras lo arrinconaba contra la insignificancia, sentenciando el final del liderazgo cristinista y del “relato” kirchneriano.

La lógica indica que un gobierno de Massa habría llevado al kirchnerismo y sus líderes a una extinción inexorable, aunque con cuidados paliativos. Mientras que, como opositores a Milei, hay un rol y un terreno para la acción política de Cristina Kirchner, su hijo Máximo, La Cámpora y el conglomerado de artistas, intelectuales y periodistas que integran el kirchnerismo mediático y el aparato de propaganda.

Falta ver cómo funcionará esa maquinaria política sin la financiación estatal con que contó todos estos años. Pero en la trinchera opositora tiene la oportunidad de persistir que no tenía en los opacos segundos y terceros planos que habría ocupado en un gobierno de Massa.

De hecho, ya iniciaron la tarea de pertrecharse para librar “las batallas” que se vienen. Como respuesta, Mauricio Macri esbozó una idea oscura y perturbadora: que los muchachos libertarios salgan a enfrentar en las calles a los piqueteros y manifestantes violentos que movilice el kirchnerismo.

El presidente electo también exhibe un rasgo ajeno al Estado de Derecho al plantear que él decidirá con quién relacionarse y con quién no, según coincida o no con su posición política e ideológica.

En el estado de Derecho a la política exterior no la definen las filias y fobias de los mandatarios, sino el cuidado responsable de los intereses del país.

Este es otro punto en el que Milei debería cambiar si opta por hacer un gobierno centrista. Resulta inquietante que los grandes diarios del mundo lo califiquen de “ultraderechista”.

Ese término tiene una connotación espantosa y la historia mundial es elocuente en explicar por qué. Aunque en el otro polo del arco político, la ultraderecha tiene en común con el marxismo-leninismo ser enemigos naturales de la democracia liberal.

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