Ludismo y sindicalismo

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El ludismo fue un movimiento obrero nacido en Inglaterra a comienzos de 1811, en plena vigencia de la revolución industrial, cuyo objetivo fue protestar con violencia contra las inhumanas condiciones que la época imponía a la clase obrera: trabajo de niños, regulaciones insostenibles y jornadas que llegaban a las 15 horas diarias.

El levantamiento tuvo la característica de rebelarse primariamente contra los nuevos telares industriales y máquinas de hilar, procurando su destrucción, en tanto reducían la necesidad de mano de obra viva. El movimiento propiamente dicho apareció en las aldeas de Nottinghamshire, Lancashire y Yorkshire pero sus ecos resonaron en toda Inglaterra. El romanticismo que también en aquel momento hacía eclosión, atribuyó a la figura de un mítico Ned Ludd la dirección de un movimiento que se extendió por cinco años y llegó a sostener fuertes enfrentamientos con el ejército inglés de la época, con saldos de decenas de obreros muertos.

En 1813 se realizó en York el proceso más espectacular contra los hiladores: de 64 inculpados por desórdenes de distinta clase, 13 fueron ejecutados y dos deportados.

Ese primer pujo, entre el año trece y catorce, en plenas guerras napoleónicas, llegó a intimidar a los empresarios, que reaccionaron con redadas armadas (muchas veces privadas) contra quienes consideraron insurgentes. El movimiento se aplacó en la tercera década del siglo XIX, pero resurgió en la campiña inglesa en 1830, dirigido por un también supuesto Capitán Swing, esta vez destruyendo maquinaria agrícola, que según los ludistas quitaba trabajo a los campesinos. Con el resultado de una nueva intervención de la Corona, que reiterando anteriores brutalidades, volvió a asesinar indiscriminadamente a decenas de obreros.

En última instancia no era la maquinaria en sí el objeto de su oposición, lo eran sus consecuencias: el desempleo de sectores sujetos a una enorme precariedad. Por eso algunos consideran estas revueltas un precedente importante para la organización y surgimiento del sindicalismo obrero, que por aquella época dio sus primeros pasos. Es claro por otra parte, que pese a su fama, en el siglo XVIII ya se utilizaban por parte del proletariado inglés otras formas de protesta (inundación de minas, incendios de cosechas, destrucción de máquinas) que fueron corrientes hasta 1870.

Investigaciones actuales han rebelado una mayor complejidad de este primer atisbo ludista de revolución obrera, señalando su vinculación con los clubs de izquierda y con la demandada “reforma parlamentaria”. De cualquier modo para la izquierda marxista, operativa como tal a partir de la década del cincuenta del siglo XIX, el ludismo no gozó de buena fama, se lo consideró más una reacción desesperada de un sector de trabajadores enfrentados a las más negra pobreza, que el antecedente del verdadero movimiento proletario, ya que en el fondo -sostenían- no tendía a la total subversión del sistema de producción industrial.

Así lo vio Marx, que saludó la tecnología y calificó la llegada de los ferrocarriles como “máquinas civilizadoras” y a los sindicatos como “escuela del socialismo”. Sin embargo en 1963 E.P. Thompson, el gran historiador británico, reivindicó el ludismo sosteniendo que no era una “protesta ciega” ni una forma primitiva de sindicalismo. Si bien, afirmó, su oposición era romántica y en el fondo estéril, destruían máquinas que disminuían sus salarios y hacían de su trabajo una forma de esclavitud.

Siendo esto cierto, mirado desde el ahora, el ludismo como estrategia resulta una oposición que niega el avance civilizatorio y pretende detener lo indetenible. Han transcurrido dos centurias de su advenimiento. La sociedad actual presenta una complejidad, producto de la propia modernidad y su avance científico, que ya no se reduce al enfrentamiento entre la burguesía y el disminuido proletariado. Sin embargo, un ludismo posmoderno parece seguir vivo en Uruguay.

La Asociación de Empleados y Obreros de Conaprole viene adoptando medidas sindicales contra la decisión de su empleador, Conaprole, de incorporar una nueva máquina para el envasado de leche en la planta de ciudad Rodríguez. Para el sindicato la patronal rompió un pacto previo al imponer de forma inconsulta una nueva forma de producción que modificará el régimen de trabajo en esa unidad. Conaprole, por su parte, aduce que la tecnología incorporada, pone a la cooperativa al nivel de las empresas más eficientes.

Si bien implica reducir el personal de envasado, no supone disminución del funcionariado, en tanto los sustituidos serán ocupados, con igual sueldo y salario, en otras labores. Un traslado interno que la gremial, dilatando sus competencias, rechaza. “El maquinista es maquinista, -sostiene- no aceptamos la polifuncionalidad, que no tiene nada que ver con la tecnología”. Como consecuencia, para su visión, la cooperativa debería envasar leche con más personal del necesario encareciendo el producto. Una forma de incorporar productividad negativa.

Este resultado, como otros tantos de parecido cariz, se cierra al futuro. Todos los economistas coinciden que en las actuales condiciones, fuera de coyunturas aleatorias, el crecimiento potencial del producto uruguayo no supera el 2% anual. Una triste realidad para un país que desearíamos, como ha ocurrido en muchas otras naciones, que duplicara su producto per cápita en no más de quince o veinte años. Ese crecimiento no resulta pensable mientras el movimiento sindical se conduzca con pautas del siglo XIX, reeditando en su accionar la de aquellos tristemente explotados del Imperio británico.

No estoy diciendo que esta, pese a su torpeza, sea la única condición que frena el progreso. Solo que pervive, desalienta y asfixia. El avance tecnológico, la robótica, la demótica y la inteligencia artificial son avances crecientes de horizonte ilimitado; o nos disponemos a seguirlos, o nos estancamos en el pasado cerrando el puño y tarareando La Internacional.

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