Durante cuatro años y medio el Frente Amplio se dedicó a cuestionar todo lo que hizo el gobierno. Nada le venía bien. Muchas de sus críticas luego fueron desmentidas por los hechos, pero esto tampoco le vino bien y jamás reconoció que se había equivocado.
En los últimos meses, quizás para ganar algún voto más, el Frente Amplio cayó en una curiosa estrategia pendular: por un lado dice que al fin y al cabo, no son tan diferentes las políticas de unos y otros y por lo tanto un triunfo del Frente tampoco significa un dramático sacudón político (afirmación que contradice su radical y dogmático programa), mientras que por otro lado asegura que este gobierno no hizo nada bueno.
Nada, ni una sola cosa.
En esas contradicciones vive el Frente. Por más que crea que con la persona elegida para ministro de Economía se tranquilizan los mercados y da una idea de seriedad, lo cierto es que se sigue hablando de modificar la reforma jubilatoria, eliminar las Afap o en todo caso “nacionalizarlas”, de subir impuestos (cuando ya no hay margen para ello) cada vez que entiendan que el Estado debe hacer un gasto, seguramente innecesario.
También dicen que en Educación hay que lograr un gran acuerdo nacional entre todos los partidos, a la vez que sostienen que lo que salga de un eventual Congreso de la Educación (en manos de los rígidos sindicatos) será “vinculante”, o sea que estará obligado a adoptar esa política educativa y ninguna otra, por más “consensuada” que sea.
Hablan de una búsqueda entre todos de soluciones para la seguridad ciudadana pero olvidan que eso mismo quiso hacer Tabaré Vázquez en su segunda presidencia. Organizó una mesa encabezada por el propio presidente en que participaban todos los partidos, en el edificio de Plaza Independencia.
Cada tema trabajosamente acordado allí pasaba luego a ser aprobado por las cámaras y en esa instancia era el mismo Frente al que pertenecía Vázquez el que cambiaba lo que se había acordado. Por supuesto, las negociaciones se suspendieron.
¿Por qué habría de creérsele ahora?
Hay un tema en que el Frente siempre estuvo lejos del resto del país: en política exterior.
Si Yamandú Orsi llega a la presidencia, esa política exterior será aún peor que la que hubo durante los 15 años de gobiernos frentistas, que no fue mala por sus cancilleres (con la obvia excepción de la gestión de Reinaldo Gargano) sino porque en esos temas mandaba la Mesa del Frente Amplio y no el ministro de turno… A veces ni siquiera el presidente decidía.
Es muy difícil pensar que un ministro moderado, en un eventual gobierno frentista pueda frenar esas presiones.
Hay una línea muy dura, de cercanía con regímenes autoritarios y derechistas que se pusieron de moda, defendida por figuras de peso en el Senado, entre ellas Daniel Caggiani.
El predominio del MPP permite tener algún indicio. Muchos de sus referentes son, además, miembros del MLN.
Como se recordará, cuando el régimen de Nicolás Maduro fraguó las recientes elecciones y persiguió a quienes eran sus adversarios, endureciendo aún más una dictadura que ya lo era, este grupo con un pasado violento e insurreccional, emitió un comunicado de entusiasta y explícito apoyo al régimen.
Si bien nadie sabe quién conduce el MLN (parece una logia secreta), sí es público que algunos de los senadores por el MPP son también miembros del grupo tupamaro.
A lo del MPP se suma el Partido Comunista, cuya adhesión a Maduro, firme e incondicional, en realidad responde a su lealtad acrítica a Cuba. Si en La Habana dicen que hay que apoyar al chavismo, el Partido Comunista y su lista 1001 lo hará.
Ahí hay entonces un problema. Una política exterior frentista que irá hacia donde vaya Lula: a favor de Putin con su política expansionista autoritaria y de ultraderecha y su persistente intento de conquistar Ucrania. Afín a los grupos terroristas Hamás y Hezbollá y por lo tanto afín al régimen teocrático y reaccionario de Irán.
O sea, para decirlo en palabras muy simples, siempre estará del la- do de los villanos. Esto en un mun- do donde no hay santos castos y puros pero en que sin duda, algunos son terriblemente más villanos que el resto.
Esa visión va contra lo que ha sido una esforzada política de apertura al mundo, llevada de la mano del presidente Lacalle Pou.
No siempre dio los resultados deseados, pero de todos modos el país avanzó en ese escarpado terreno del cual no debería apartarse.
Por más que Orsi intente convencer a la gente que no será nada demasiado distinto a lo que hay, lo cierto es que las diferencias existen y es muy claro el riesgo de una política exterior frentista que colocaría al país por fuera de las fronteras de la democracia, del desarrollo y la búsqueda del genuino bienestar de la gente.