Machismo y cortesía

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Hace unos días estaba de salida de un edificio con un puñado de desconocidos y tras bajar del ascensor, varios nos encontramos en la puerta giratoria para salir a la calle. Al llegar todos más o menos al mismo tiempo, era inevitable que tuviéramos que ordenarnos de algún u otro modo para pasar de a uno.

Llegado el momento, el más joven del grupo hizo un gesto para dejar pasar a las damas primero con una sonrisa encantadora, orgulloso de su actitud. Tras lo cual se comió un rezongo, o más bien insulto, de una de las mujeres del pelotón por machista y “quién te crees que sos…”. Pensé para mis adentros, justo le pasa esto en el mes de la mujer.

El pobre chico no sabía dónde meterse. O más bien no entendía lo que estaba pasando. Nadie le explicó que a algunas mujeres les molesta que un hombre las deje pasar primero, que les abra la puerta, que suba primero a un auto si es que ambos vamos en el asiento de atrás o si hay que bajar una escalera; no ven como un valor, incluso ven como un insulto, que vayan por el lado exterior de la vereda, ayuden a llevar cosas pesadas, nos sirvan la bebida en la mesa o se ofrezcan acompañarnos al auto o al transporte que sea si estamos solas. En fin, reglas de cortesía.

Es que la confusión radica en que eso no es ser machista. Es ser educado. ¿Por qué? Porque todas esas reglas de etiqueta, galantería o elegancia tienen un porqué. Porque si vamos de pollera no tenemos que hacer acrobacias hasta llegar al lado opuesto del vehículo; porque permite atajar posibles traspiés al bajar una escalera, en particular si vamos de taco alto; y así podría seguir con cada una de ellas. Las mujeres también tenemos ciertas reglas, y por ende gestos, de cortesía con los hombres. Y no por eso significa que estemos sometidas, sino que son parte de los códigos entre dos personas que, en el sentido más amplio de la palabra, buscan seducirse, agradarse, quieren caerle bien al otro. Porque ese otro les importa.

Las normas de cortesía o de elegancia son parte del código que usamos las personas para relacionarnos y hacer la convivencia más agradable. Y el hombre que no se relaciona, no es individuo. Porque al fin de cuentas, la esencia de la elegancia radica en agradar a los demás, o al menos no hacerle daño, y hay un lenguaje común que ayuda a conseguirlo.

Hay pocas cosas más delicadas en la vida que establecer una relación con otra persona. Según los biólogos, lo primero que percibe un animal al encontrarse con otro que le resulta atractivo no es el tamaño de sus músculos o el color de sus ojos, es cómo se mueve. Esos sutiles mensajes corporales son lenguajes que manejamos a diario, incluso sin ser plenamente conscientes del todo de cuál es su abecedario. Por eso, el cuerpo es incluso más elocuente que las palabras y nada seduce más que sentirse atendido y único. Y ahí es donde entra la cortesía.

No solo hace la vida más fácil y demuestra consideración y generosidad para el otro. Sino que es cada vez más una herramienta poderosa de comunicación porque, como está en desuso, llama la atención cuando ocurre.

Y eso no tiene nada que ver con el feminismo, el sexo débil y la igualdad de oportunidades. Es educación y buen gusto. Es comunicación. Es civilización.

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