Maduro ante el bosque de Birnam

En La tragedia de Macbeth está todo, en formato tragedia, lo que Maduro revive como una ridícula farsa violenta.

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Hay gente que insiste en desacreditar la enseñanza humanística, bajo el supuesto de que tiene poca aplicación práctica en el competitivo mundo de hoy. Olvidan que las concepciones filosóficas y religiosas están en el origen de los peores conflictos globales. Se les pasa también que los grandes hitos de la cultura universal describen con exactitud desvíos morales que trascienden su tiempo y explican aberraciones políticas de cualquier época y lugar.

Cuando leo sobre Nicolás Maduro, por ejemplo, lo primero que me viene a la mente es La tragedia de Macbeth, de William Shakespeare. Es un clásico que me acompaña desde mi fascinación adolescente con las clases que nos daba Ivonne Uturbey en el liceo Rodó, pasando por las versiones cinematográficas de Orson Welles, Akira Kurosawa y Roman Polanski que vi en Cinemateca; luego mi propia puesta en escena en el Teatro del Anglo, allá por los 80, hasta la reciente maravilla del unipersonal de Pompeyo Audivert, Habitación Macbeth.

En esta obra mayor de la dramaturgia universal está todo, en formato tragedia, lo que Maduro revive como una ridícula farsa violenta. Veamos algunas equivalencias.

-La ambición personal excusada por falsos designios sobrenaturales: a Macbeth le anunciaron su destino las hermanas fatídicas; a Maduro, un pajarito.

-La mentalidad totalitaria y criminal : Macbeth asesina al rey Duncan, a su amigo Banquo y a toda la familia de Macduff; Maduro ya lleva mil muertos y decenas de miles de torturados en su nefasto Helicoide.

-La inocultable cortedad intelectual : Macbeth es infantilmente manipulado por su esposa, Maduro tiene una propensión inquietante a decir estupideces todo el tiempo.

En la obra de Shakespeare está una de las escenas más genialmente escritas de la historia del teatro: cuando anuncian a Macduff que el dictador ha asesinado a su esposa y a cada uno de sus hijos. La reacción del destinatario de ese terrible mensaje es impensada: no grita ni llora, porque la cabeza le impide aceptar lo que le están diciendo. Se limita a preguntar “¿y a mis hijos también?” Ante la respuesta afirmativa, busca una última esperanza: “¿Y a mi mujer también?” Es la reacción certera ante un dolor inverosímil. Y uno no deja de pensar en la cantidad de familias que están viviendo ese espanto en un país donde los derechos humanos ya no valen nada.

Pero quiero detenerme en el paralelismo que más me conmueve.

Las hermanas fatídicas le anuncian a Macbeth que no será vencido por nadie que haya nacido de mujer, y que su poder solo sería derrotado si el bosque de Birnam caminara hacia su castillo con vida propia. Como ambas hipótesis parecen imposibles, la soberbia del personaje lo lleva a sentirse indestructible.

Pero en las escenas finales se entera por boca del propio Macduff que este fue dado a luz por su madre muerta. Y observa cómo cada hombre del ejército que lo enfrenta arranca ramas de los árboles y avanza oculto tras de ellas, generando la ilusión de que el bosque de Birnam se mueve. Recién entonces Macbeth comprende la trampa de las brujas y se enfrenta a su propia muerte con los ojos abiertos. Como Mussolini, como Hitler, como Ceaucescu, como Saddam Hussein, como tantos seres abominables a quienes les llegó su propio bosque de Birnam, bella metáfora de un pueblo movilizado que se harta de la arbitrariedad y hace justicia.

Recuerdo una cita que solía hacer el inolvidable Domingo Bordoli en las clases del IPA: “Qué joven está hoy Homero y qué viejo el diario de ayer”. Lo mismo vale para Shakespeare y para cada uno de los clásicos que, explicando su tiempo, emitieron mensajes proféticos que nos siguen develando el presente.

Hoy Maduro está en ese preciso momento en que mira cómo los árboles se le vienen encima, a la espera del hombre no nacido de mujer que lo baje de su trono de sangre.

Es difícil saber cuándo se producirá esto y cuánto más sacrificio costará, en vidas perdidas, familias desmembradas, hambre y desesperación.

Resulta vergonzante que, en este contexto, haya dirigentes políticos en Uruguay que sigan repitiendo la estupidez de que María Corina Machado es una conspiradora financiada por EE.UU. o que nuestro gobierno utiliza este tema para hacer campaña.

¿Cuánto más van a esperar para desmarcarse de un genocida a quien hasta Cristina Fernández de Kirchner le soltó la mano? ¿Van a tardar mucho más en entender que el pluripartidismo no es, como pregonaba Fidel, la pluriporquería?

Vaya si habrá que convertir esto en tema de campaña; claro que sí. En estos tiempos de soberbia ignorante, oportunismo político y desprecio por la actividad intelectual, más que nunca hay que volver a los clásicos. Mirarnos en Ricardo III y en Macbeth, para entender las taras y mentiras que nos siguen encadenando a los colectivismos que tanto daño hicieron a lo largo del siglo XX. Para asumir que la búsqueda de la libertad no es un anhelo superficial y que, a pesar de todas las violencias, el bosque de Birnam tarde o temprano se mueve.

En La tragedia de Macbeth está todo, en formato tragedia, lo que Maduro revive como una ridícula farsa violenta

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