Maduro, el elefante y la caja de fósforos

Compartir esta noticia

Resulta inquietante que algo tan esperado y tan concebible como un fraude perpetrado por un régimen forajido, haya terminando sorprendiendo hasta la perplejidad a millones de personas en las democracias del mundo. Lo increíble habría sido que Nicolás Maduro gane limpiamente o que acepte la derrota y felicite por el triunfo a los verdaderos vencedores.

Eso sí que sería sorprendente y no que cometa fraude un régimen autoritario que hace más de una década dejó de ser una autocracia mayoritarista, como lo fue con Hugo Chávez en el Palacio de Miraflores, para convertirse en una brutal dictadura de minorías.

Asomarse al resultado que publicó el régimen es como ver a Maduro tratando de esconder un elefante en una caja de fósforos. Un espectáculo tan grotesco como desolador. Lo que sorprende no es que un régimen como el que impera en Venezuela, se atreva a perpetrar un fraude a cielo abierto. Lo sorprendente es que se atreva a semejante ostentación de fraudulencia.

Creer en el resultado que dio el Consejo Nacional Electoral (CNE) equivale a terraplanismo político. Seguramente, ni los bolivianos Evo Morales y Luis Arce, ni la hondureña Xiomara Castro, ni Vladimir Putin, ni la izquierda anti-sistema española, ni la nomenclatura china, ni los ayatolas chiitas de Irán crean en lo que dicen creer. No son lunáticos sino anti-democráticos.

La demora hasta pasadas la una de la madrugada para anunciar el resultado de una elección con voto electrónico y una polarización absoluta, evidenciaba que se estaba preparando un fraude. Más se retrasaba el régimen en hacer un anunció que debió realizarse a lo sumo un par de horas después de la votación, más quedaba a la vista la dimensión abrumadora del triunfo opositor.

Cuando la diferencia es pequeña, dibujar en el escrutinio las cifras fraudulentas es más fácil y lleva un tiempo breve. Pero si la diferencia es grande, lleva más tiempo maquillar los números y termina dando una apariencia grotesca al resultado.

La esperanza estaba en que la demora en publicar los resultados se debiera a un debate interno en el régimen sobre si reconocer la derrota o cometer un fraude de dimensión oceánica.

Así ocurrió en 1999 en Nicaragua, cuando a la primera elección que hizo el entonces gobierno revolucionario sandinista la ganó la Unión Nacional Opositora (UNO) y su candidata Violeta Chamorro. La transmisión del escrutinio se cortó a hora temprana y hasta el amanecer no se dio a conocer el resultado. La demora evidenciaba la victoria de la oposición y se producía porque la cúpula del FSLN se había dividido entre un sector encabezado por el vicepresidente Sergio Ramírez que exigía reconocer la derrota y proclamar a Chamorro como presidenta electa, y otro sector, liderado por el ministro del Interior Tomás Borge, que pretendía anular los comicios y continuar en el poder a como sea.

Aquella oscura y larga noche en Managua se resolvió positivamente, porque ganó el ala democrática en la que estaba Sergio Ramírez, actual celebridad de la literatura mundial y enemigo del régimen de Daniel Ortega, que lo desterró.

Anoche, cuando las horas se alargaban en Caracas, la esperanza estaba en que el régimen se debatiera si aceptar o no la derrota, y que, en caso de no aceptarla, pusiera algún pretexto burdo para anular la elección. Pero finalmente hizo algo más burdo aún: anunciar que había ganado.

Lo que comienza a partir de ese momento en Venezuela es inquietante. En la década anterior, los fraudes y arbitrariedades del régimen provocaron olas de protestas que fueron ferozmente reprimidas. Los saldos de aquellas represiones rondan las doscientas víctimas fatales, por las balas de las fuerzas represoras o los linchamientos ejecutados por los “colectivos chavistas”, esas fuerzas de choque motorizadas y extremadamente violentas que Maduro y Diosdado Cabello crearon a imagen y semejanza de los grupos bajis, usados por el régimen iraní para linchar activistas y disolver violentamente protestas callejeras.

Prisiones militares como Ramo Verde quedaron colmadas de presos políticos y en el Helicoide, siniestro cuartel general del Sebin (aparato de inteligencia) donde se torturó a escalas industriales.

Esos fantasmas oscurecen por estas horas el cielo caribeño. Si son categóricos, los pronunciamientos de las democracias del mundo resultarán cruciales. La aprobación de una farsa electoral tan grosera, o el silencio ante semejante estafa a la voluntad del pueblo venezolano, implicarán complicidad con un régimen que intenta imponerle al mundo el terraplanismo político.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar