Maduro, las urnas y las estatuas que caen

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Los presidentes de Brasil, Colombia y México hicieron bien en reclamar las actas y los resultados desglosados por mesa de votación para reconocer la proclamada victoria de Nicolás Maduro.

Pero el lado opaco de tal pronunciamiento es que no tiene el tono categórico con que reclamaron lo mismo el chileno Gabriel Boric, el paraguayo Santiago Peña y también Luis Lacalle Pou, entre otros.

Peor aún, concede al régimen el tiempo que necesite para mostrar lo que debió mostrar la noche del domingo, antes de proclamar vencedor a Maduro.

Lula también sonó lamentable al decirse “convencido de que es un proceso normal y tranquilo”. Además de las proscripciones de todas las figuras conocidas de la disidencia, a esa altura ya había más de una decena de muertos y centenares de heridos y detenidos.

El más quirúrgico y acertado fue Rodrigo Chávez Robles, al calificar de “fraudulenta” la proclamación que hizo la autoridad electoral. El presidente de Costa Rica tuvo la milimétrica precaución de no hablar de elección fraudulenta, sino de “proclamación fraudulenta”.

Simularon creer en la victoria de Maduro los regímenes de Rusia, Irán y China, que además repulsar las democracias liberales, hacen de Venezuela su punto de posicionamiento geopolítico en la región.

También las dirigencias a las que Chávez, en su momento, y después el régimen residual que dejó al morir, hicieron “favores” que van desde financiamiento de campañas y estructuras políticas hasta la posibilidad de hacer negocios a la sombra del Estado venezolano. Igualmente endeudados con el chavismo están aquellos gobernantes que recibieron de manera gratuita el petróleo venezolano con que Chávez financiaba la construcción de liderazgo a escala regional.

En eso era realmente bolivariano el líder que puso a PDVSA en camino a la bancarrota, donde finalmente la hizo llegar Maduro.

Defraudó a quienes aún tenían con él alguna expectativa, el presidente boliviano Luis Arce felicitando a Maduro por su “triunfo”.

No sorprende que la dirigencia del partido anti-sistema español Podemos haya desnudado su complicidad con la satrapía venezolana, pero apena ver a líderes del PSOE haciendo malabarismos retóricos para hablar sin decir nada, a la sombra del turbio Rodríguez Zapatero.

Las autoridades electorales justifican la inaceptable demora en mostrar las actas aludiendo a un ataque de hackers lanzado desde Macedonia del Norte. ¿Pretenden que los venezolanos y el mundo crean que un ataque informático destruyó todo y que el único dato que encontraron es que ganó Maduro?

Además ¿por qué no cometería fraude un régimen que ya había aplicado proscripciones a mansalva y plagó de artilugios burocráticos las embajadas para impedir que casi cinco millones de venezolanos de la diáspora pudieran inscribirse para votar?

Nada de eso implica que sean creíbles todos los que cuestionan al régimen chavista. No lo es Javier Milei sobreactuando su enfrentamiento personal con Maduro, con mensajes que dejan a la vista su intención de pescar “leones” en esa tragedia caribeña para construir un liderazgo ultraconservador a escala global. En eso está desde que asumió la presidencia.

Quienes de verdad quieren ayudar a los venezolanos a salir de esta novela trágica no sobreactúan la presión sobre Maduro, porque se pronuncian en términos institucionales, reclamando transparencia, recuento de votos y entrega de las actas y los resultados desglosados por mesa electoral. Mientras que, quienes actúan haciendo mezquinos cálculos políticos, buscan acrecentar con millones de venezolanos la adhesión a sus propias causas ideológicas.

La pelea impresentable en la que se trenzaron Maduro y Milei sólo les sirve a ellos. Son enemigos íntimos. Atacándose, se benefician mutuamente. Eso no es situarlos en el mismo plano y sostener que son lo mismo. Maduro es un dictador que ya “destruyó el Estado desde adentro”, empobreciendo a casi toda la población y dolarizando la economía.

Se trata simplemente de señalar lo evidente: siempre viene bien tener como enemigo a un extremista impresentable.

¿Queda alguna esperanza de que se cumpla la voluntad expresada en las urnas? Tal vez sí, porque en Venezuela empezaron a caer las estatuas de Chávez y, cuando las estatuas caen, los regímenes se resquebrajan.

El mundo vio caer las estatuas de Lenin y a continuación se desmoronó el imperio totalitario que había fundado.

Después el mundo vio caer las estatuas de Saddam Hussein y supo que su régimen perdía la guerra y se derrumbaba sobre una Irak desvastada.

Quizá aplasten al régimen residual las estatuas que caen en Venezuela.

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