Historia, texto y contexto

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martín aguirre
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La historia será amable conmigo, porque pienso escribirla”. Esta frase, atribuida a Churchill, calza justo para analizar la polémica actual sobre los textos de historia.

El amable lector seguramente conoce el detonante. El gobierno actual de la educación decidió hacer ajustes a la bibliografía recomendada para los cursos de historia uruguaya. Los cambios fueron varios, pero la polémica se ha centrado en la salida de un texto de Carlos Demasi, y la inclusión de uno del ex presidente Sanguinetti, que analizan el período que derivó en la dictadura militar.

El hecho ha generado fuerte discusión. Por un lado se dice que sería una injusticia eliminar un texto del profesor Demasi. Por otro, se afirma que Sanguinetti no es historiador, y que un libro suyo implica meter la política en el salón de clase. En este sentido, y en forma particularmente severa, se pronunció una Asociación de Historiadores. Fue interesante una entrevista a la profesora Ana Frega en el matinal de canal 12, donde criticó fuertemente la “politización” que implicaría que ese texto de Sanguinetti sea leído por los estudiantes.

Curioso, porque según la docente, y la opinión de los panelistas, la historia debería ser una especie de ciencia exacta dejada en manos solo de sus “expertos”. Si uno lee títulos de trabajos de Frega (“Ley de lemas: la génesis de una trampa”, “Los consejos de salarios como experiencia de concertación”, “Los fundamentos del Estado empresario”), se tiene una idea clara de su mirada política.

Es que parece mentira, pero hay que empezar por una obviedad: toda mirada histórica implica una postura política. Toda. Y en especial cuanto más cercano es el período que se busca analizar. De hecho, si nos detenemos antes de los años 60, es claro que en Uruguay hay dos historias, una de raíz colorada, hegemónica durante décadas. Y una historia revisionista blanca, con una mirada bien diferente sobre el proceso artiguista, el federalismo, la Guerra Grande o incluso el pacto del Club Naval.

Esta doble lectura de la historia tiene un corte esencial a la hora de analizar el batllismo. Para los colorados se trató de un proceso de modernización, que permitió desarrollar el primer Estado de Bienestar, aprovechando la renta diferencial del sector agropecuario, para potenciar una clase media urbana culta y cosmopolita.

Para los blancos fue un proceso excluyente, que quiso construir un país europeo en un rincón de América del Sur, ignorando su cultura y tradiciones, e imponiendo un sistema económico que aplastó por décadas al único sector genuinamente competitivo del país. Un país que terminó macrocefálico, dividido, y dominado por un “proletariado intelectual” improductivo, a decir de un colorado como Pedro Figari. Curiosamente, citado de un libro de Sanguinetti.

A diferencia de otros comunicadores, nuestro recuerdo de las clases de Demasi no es tan amable. Más allá del tono canchero, sus lecciones eran bastante dogmáticas y “flechadas”. No hay héroes en la historia de Demasi. Todo se reduce a un materialismo radical y a mezquinos intereses económicos. Aparicio Saravia, por ejemplo, más que pelear por el derecho al voto o la coparticipación, era un gaucho bruto que defendía los intereses de los estancieros, y cosas así. Y no le gustaba nada que le llevaran la contra. Una mirada que, curiosamente, no es tan distinta a la de Sanguinetti. Entonces, ¿por qué molesta tanto su libro? Desde el punto de vista de este autor, lo más impactante de “La agonía de una democracia” es que muestra con datos y números el daño que hizo al sistema político y económico de entonces la hostilidad y conflicto permanente desatados por un sector sindical, aliado ostentosamente con quienes querían “tirar abajo” la democracia para imponer un sistema “a la cubana”. Sanguinetti complejiza de manera inaceptable para algunos esa mirada de que en Uruguay había una crisis económica y social, donde las masas populares reclamaban legítimamente, y terminan aplastadas por una elite apoyada por militares y Estados Unidos. Los que se indignan con la “teoría de los dos demonios” buscan imponer una teoría de demonio único tan simplista que es sencillamente inhumana.

Ahí está la clave de todo esto. Durante los 15 años de gobiernos del FA, en alianza con sindicatos y “colectivos” compañeros, se diseñó una enseñanza de historia funcional a su mirada política del pasado. ¡Tuvimos textos oficiales con el Che y Tabaré en la tapa! Parte del juego democrático es que cuando viene gente de otro “pelo” intenta sumar algo de su visión en estos temas. Algo que en este caso, además, parece de justicia ante los excesos hacia el otro lado.

Que los que diseñaron esa mirada flechada se quejen, parece lógico. Que quienes deben analizar esto con un mínimo de ecuanimidad no tomen en cuenta este contexto tan obvio, no lo es. “La historia la escriben los ganadores”, dijo también Churchill hace cinco décadas. Algo deberíamos haber avanzado en ese tiempo.

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