La educación uruguaya tiene un problema de calidad de aprendizajes. La participación en cuatro ediciones de las pruebas PISA (que mide las competencias incorporadas por los alumnos de 15 años) nos enseña que estamos lejos de los países más exitosos. De hecho, estamos mucho más cerca del fondo de la tabla que de los primeros puestos: hoy ocupamos el lugar 55 entre 65 países participantes.
Todos sabemos que esto es muy malo y debe ser revertido. Pero la pregunta es: ¿cuánto debemos aspirar a mejorar, digamos, de aquí a diez años?
La educación uruguaya tiene un problema de calidad de aprendizajes. La participación en cuatro ediciones de las pruebas PISA (que mide las competencias incorporadas por los alumnos de 15 años) nos enseña que estamos lejos de los países más exitosos. De hecho, estamos mucho más cerca del fondo de la tabla que de los primeros puestos: hoy ocupamos el lugar 55 entre 65 países participantes.
Todos sabemos que esto es muy malo y debe ser revertido. Pero la pregunta es: ¿cuánto debemos aspirar a mejorar, digamos, de aquí a diez años?
Una primera manera de contestar esta pregunta consiste en compararnos con nosotros mismos. En dos de las tres pruebas que componen PISA, Uruguay obtuvo sus mejores puntajes la primera vez que participó, en el año 2003. Y en todas las pruebas tuvo sus peores resultados en la edición más reciente, correspondiente al año 2012. Por lo tanto, una posible meta de mejora consistiría en volver a los valores de 2003, o a los mejores valores registrados (que en la prueba de matemáticas se lograron en 2006).
Pero este es un objetivo muy modesto porque, mientras Uruguay tiende a perder puntaje en las sucesivas ediciones de PISA, los demás países de la región tienden a aumentarlo. Tomemos el caso de Chile: un país que hace algunos años estaba por debajo de Uruguay. Los puntajes que obtuvo Chile en 2012 no sólo fueron superiores a los que obtuvo Uruguay ese mismo año, sino también a los que tenía Uruguay en 2003. Volver a nuestros registros de hace una década no impediría, por lo tanto, que siguiéramos perdiendo posiciones en la región y en el mundo.
¿Qué objetivo proponernos entonces para la próxima década? Una buena idea sería intentar compensar las pérdidas acumuladas en los diez años anteriores. Entre las ediciones 2003 y 2012 de PISA, Uruguay retrocedió un 3% en matemáticas y un 5% en lectura y ciencias. Durante ese mismo período, México y Brasil (los otros dos países para los que se tiene información completa) tuvieron progresos, en conjunto, del 4% en lectura, del 8% en matemáticas y del 3% en ciencias. Si Uruguay hubiera seguido esa misma trayectoria, en el año 2012 debería haber tenido un promedio de 451 puntos en lectura (en lugar de los 411 que obtuvo), 456 en matemáticas (en lugar de 409) y 451 en ciencias (en lugar de 416).
Si lográramos esta mejora de manera instantánea, esos resultados nos volverían al primer lugar en América Latina, aunque todavía nos mantendrían por debajo del promedio de los países de la OCDE (que oscila en torno a los 500 puntos). Estaríamos en una situación similar a la de Serbia y levemente por debajo de Israel y Grecia.
Pero si este es el objetivo para dentro de diez años (gruesamente equivalentes a tres mediciones de PISA) debemos asumir que los demás seguirán avanzando. Chile, por ejemplo tuvo en la edición 2012 un promedio de 423 puntos en matemáticas, 445 en ciencias y 441 en lectura. Dada su trayectoria previa, difícilmente esté por debajo de 450 puntos dentro de tres ediciones. De modo que en el mundo real no retomaríamos la punta en América Latina.
Un objetivo más ambicioso sería entonces volver dentro de diez años a la posición relativa en la que estábamos en 2003, esto es: ser el país con mejor puntaje en América Latina.
Hoy no sabemos cuál será el puntaje necesario para lograrlo, pero tendremos una aproximación cada tres años.