En el país de los tres millones de directores técnicos, hoy no aparece quien se prive de explicar las razones del triunfo del FA. Hay para todos los gustos: desde los mileístas criollos que insisten en el supuesto error de haber volcado el discurso de la coalición hacia el centro (pero no dicen que, si hubiera ido con un mensaje derechista, el resultado hubiese sido mucho peor), hasta los que explican todo por los escandaletes de Astesiano, Marset y compañía (aunque la preocupación por la corrupción era irrelevante en las mediciones de las encuestadoras).
Me llamó particularmente la atención el punto de vista de un politólogo con quien suelo coincidir, el amigo Adolfo Garcé. En una entrevista que mantuvo con Jorge Balmelli, Fito califica al actual gobierno como “jacobino”, porque “hizo muy poco para entenderse con el FA. Un gobierno que negoció lo mínimo imprescindible. ¡500 artículos de la Ley de Urgente Consideración, jacobinismo a la ene! No dialogar en plena pandemia. (…) No sentarse en la mesa con el Frente y decir ‘bueno, muchachos, ¿qué hacemos ahora? ¿Vamos a salir todos juntos ahora en la conferencia de prensa a decirle a la gente que hay que volver a marzo de 2020? ¿Vamos? ¿Vamos todos juntos?’. El Frente iba a decir que sí, ¿cómo iba a decir que no? Maltratando al Frente, en cierto modo ninguneándolo, lo que hizo fue reanimarlo. (…) Creo que, en cierto modo, lo que pasó es que el Frente terminó sintiéndose agraviado. Y lo peor que podés lograr es hacerle un piquete de ojos a un león dormido”.
Es una opinión que sorprende. ¿Quién dijo que el gobierno no intentó negociar con el FA? ¿Para qué presentó el primer proyecto de LUC aún antes de asumir y lo sometió luego a una extensa discusión parlamentaria? Y menos mal que no coincidió con la oposición en plena pandemia, que pedía aplicar la misma fórmula que Alberto Fernández. ¿Realmente fue el que “maltrató” al FA? ¿No habrá sido a la inversa? ¿Alguien puede creer que si se lo hubiera invitado a una conferencia, hubiesen dicho que sí?
El prejuicio de Fito es en cierta forma el que escucho, un día sí y otro también, en el ámbito académico y cultural. Están tan convencidos de que la izquierda pone la vara de la moral, que ven inevitable que un gobierno de otro partido -casualmente elegido por el pueblo- deba sentarse con ella para preguntarle “qué hacemos ahora”.
Tampoco pretendo yo ser objetivo. Solo diré que, mirando desde el lado coalicionista, estamos un poco cansados del desdén indulgente de la intelectualidad de una izquierda cuyo ciclo de tres administraciones no hizo grandes méritos para ocupar ese pedestal.
La explicación podría ser bastante más simple: a este gobierno le tocó hacer dos imperiosas reformas que los anteriores pateaban para adelante, la previsional y la educativa. El FA se salvó del costo político de ambas y ahora no parece que hará mucho para desandarlas. Su futuro ministro de Economía admite que la edad de retiro quedará a los 65 y el presidente electo lo contradice antes de asumir. En las redes, militantes enojados dicen “no te votamos a vos, Oddone”, lo que da a entender que el conflicto está servido, entre un nuevo gobierno de bases populistas y un ministro serio pero sin respaldo.
El negocio del FA no fue otro que oponerse a todo y proponer soluciones populistas que no aplicará cuando asuma el gobierno. Así cualquiera.