El saludo fue correcto, pero distante. Con el antebrazo y la mano izquierda aferrando la carpetita y el estuche de los anteojos como siempre, Javier Milei estiró el brazo derecho hasta casi horizontalizarlo para estrechar la mano del anfitrión, quien fracción de segundos antes había estirado su diestra de ese modo, como estableciendo la distancia entre los cuerpos.
Ese saludo contrastó con los entusiastas apretones de manos que caracterizaron a las recepciones de Lula a los demás gobernantes. También se notó la apatía con que escucharon el discurso de Milei. La ausencia de aplausos cuando finalizó su alocución mostró incomodidad con la larga lista de “no cuenten con nosotros” que había enumerado para distanciarse de casi todos los postulados del documento que propuso el país anfitrión en el G-20.
El encuentro dejó muchas postales que muestran a Milei en soledad, pero Argentina no quedó en el aislamiento que la amenazaba porque, aunque dejando en claro todas sus disidencias con los puntos principales, su presidente firmó el documento que postula una Alianza contra el Hambre y la Pobreza.
Esa firma puesta a regañadientes dejó un saldo positivo, que incluyó un acuerdo de venta de gas de Vaca Muerta a Brasil. Además, a pesar de su eufórica amistad con Bolsonaro, Milei no se opuso ni cuestionó que un juez decidiera entregar a la justicia brasilera los militantes bolsonaristas que participaron en el violento asalto a los edificios de los poderes públicos en Brasilia, dentro de un plan que incluía asesinar a Lula, a su vicepresidente Geraldo Alkmin y al juez supremo Alexander de Moraes.
Argentina no quedó aislada, pero Milei mostró su soledad. Cuando concluyó su intervención y cerró la carpetita de la que nunca se separa, al levantar la vista no encontró gestos de aprobación al conservadurismo radical que exhibió rechazando los puntos de la Agenda 2030 referidos a la lucha contra el cambio climático, el respeto a las diversidad sexual y los compromisos para revertir la tendencia mundial a la concentración de riquezas.
Lo curioso fue que firmara el documento propuesto, a pesar de hacerle tantas críticas. Analistas y dirigentes de los gobiernos representados en el G-20 temían que Milei pateara el tablero con una de esas escenificaciones que suele hacer para visibilizar su liderazgo y extenderlo a escala internacional. Pero no fue así.
En el G-20, la representación argentina no hizo el show de disrupción sobreactuada que hizo en la COP que se llevó a cabo, pocos días antes, en Bakú, la capital de la centroasiática República de Azerbaiyán, al patear el tablero con un discurso negacionista del cambio climático y, a renglón seguido, ordenar una intempestiva retirada con portazo, del foro dedicado exclusivamente a la lucha contra el calentamiento global.
La ausencia de Trump en el G20 de Río parecía conjurar el riesgo de otro pronunciamiento final desdoblado como en las cumbres que se realizaron en Hamburgo y en Osaka, donde el magnate neoyorquino, que por entonces era presidente en funciones, pateó el tablero del documento firmado por los 20 asistentes, obligando a la forzada fórmula 19+1, para dejar en claro su desacuerdo.
Ahora, con Biden aún a cargo de la presidencia, el G20 podía tener un wording normal, mostrando acercamientos en lugar de grietas. Pero nadie se atrevía a descartar que Milei asumiera el rol que aún no pudo asumir el presidente electo de los Estados Unidos, con quien se identifica profundamente el mandatario ultraconservador de la Argentina.
Aunque en su país la conciencia sobre el cambio climático es claramente mayoritaria, Milei es negacionista, igual que Trump y que el otro mega-millonario al que idolatra, Elon Musk, a quienes se temía que representara, de hecho, en este G20. Lo que, finalmente, no ocurrió.
Los acuerdos con Brasil y su encuentro con Xi Jinping sugieren que Milei estaría bajando de su limbo ideológico y empezando a entender que su función no es representarse a sí mismo, sino a la sociedad que gobierna.