El error que el presidente argentino no se podía permitir es haberse incrementado el sueldo casi en un 50%. Su firma está en el decreto que ejecutó ese incremento, pero al darse cuenta del tremendo error político que eso implica, lo derogó y echó de su cargo al secretario de Trabajo, Omar Yasin, culpándolo del aumento inaceptable en un mandatario que había cuestionado a los legisladores por aumentarse las dietas y había dicho que en el Poder Ejecutivo no se tocarían los sueldos.
Javier Milei corrigió un error político con un acto abyecto. Volvió a remitirse al judaísmo pero esta vez para recurrir a una costumbre de los israelitas relatada en el Levítico: el sacrificio del chivo expiatorio. El presidente usó un chivo expiatorio al echar un funcionario que en modo alguno fue responsable del estropicio.
También hubo vileza en el despido del titular de ANSES, Osvaldo Giordano, por la forma en que votó la Ley Ómnibus su esposa diputada. Es lo que hacía Fidel Castro con los familiares de los cubanos que escapaban de la isla en balsa.
Sobre ese castigo típico de los autoritarismos habla “Guantanamera”, la película del director cubano Gutiérrez Alea que Castro aborreció furiosamente y de manera pública.
El caso Giordano tuvo un agravante: el presidente hizo perder a su gobierno un funcionario honesto y capaz, que en sólo dos meses produjo la revelación sobre las fortunas pagadas por el Estado en contratación de seguros a amigos de Alberto Fernández.
Las reacciones agresivas contra las críticas que reciben ciertas actitudes y pronunciamientos de Milei justifican preguntarse, como hizo Bertolt Brecht, ¿qué tiempo es éste en el que es necesario explicar lo obvio?
Es obviamente espantoso que el presidente ataque a una docente jubilada llamándola farsante y mentirosa, no por haber dicho erróneamente que fue su maestra de 4° grado, que fue lo que adujo Milei, sino por haberle pedido ante cámaras de TV que “no ajuste tanto” porque “los jubilados y docentes están mal”. No hay que ser comunista para cuestionar semejante violencia verbal contra una persona mayor que no lo había insultado ni agredido.
Si existiera una voluntad de hacer caer el gobierno, que el presidente haya difundido una descalificación intelectual haciendo mención al Síndrome de Down, podría ser en una democracia occidental desarrollada causal de juicio político.
Fue obviamente una aberración que lo hiciera el presidente, pero la oposición prefirió mirar hacia otro lado para evitar una crisis política. También la prensa crítica restó voltaje a su reacción frente a una actitud tan deplorable.
Aceptar en silencio lo que resulta totalmente inaceptable, implica deslizarse hacia una realidad distópica. Y la distopía es la normalidad del autoritarismo.
En la dimensión distópica es razonable cambiarle el nombre al Salón de las Mujeres de la Casa Rosada justo el Día Internacional de la Mujer, porque según el presidente y su hermana el feminismo es marxista. También resulta razonable en esa dimensión que, en el ahora llamado Salón de los Próceres, del siglo 20 figure sólo Carlos Menem.
El kirchnerismo manipulaba la historia. ¿Lo de Milei es distinto?
A los masivos ataques en las redes para silenciar por amedrentamiento a las miradas críticas los realizan ejércitos de trolls y escuadrones de fanáticos, con fórmulas para humillar y denigrar a quienes critiquen pronunciamientos desubicados y agresiones truculentas del presidente. Pero hay otra capa, sutil y moderada, que al pié de los artículos y comentarios críticos señalan que, si bien Milei comete desmesuras, lo “importante” y “central” es la transformación que está impulsando, y lo prioritario es “darle una oportunidad” a ese proceso transformador, en lugar de cuestionar al mandatario que los impulsa.
¿Por qué relacionan cuestionar lo cuestionable con “no darle una oportunidad” al cambio? Que la economía necesite políticas liberales no justifica el extremismo, la violencia verbal ni los estropicios de quien impulsa una versión fundamentalista que va más allá de la necesaria economía de mercado, para imponer una “sociedad de mercado”, el estadio socioeconómico en el que todo es mercadeable, incluidos los órganos del cuerpo humano, los niños, los ríos y montañas, todo.
El extremo opuesto al populismo estatista de izquierda no es el libertarismo ultraconservador de Milei sino el liberalismo clásico, que está en el centro, del mismo modo que el extremo opuesto al nazismo no era el comunismo sino la democracia liberal.
Las miserias de la clase política y el descalabro que dejaron dos décadas de populismo “izquierdoide” no justifican que, quien fue elegido para poner al país en otro rumbo, ideologice todo y descalifique violentamente a quienes disientan con sus fórmulas o cuestionen sus desmesuras.
Un país en el que no genere cuestionamientos un presidente que en un acto escolar habla de “los zurditos”, hace bromas que merodean la obscenidad y reacciona sin empatía cuando se desmaya un alumno parado a su lado, es un país en el que los ideologismos exacerbados doblegaron al pensamiento crítico.
Nada es más liberal que el pensamiento crítico y nada mas contrapuesto al pensamiento crítico que los dogmatismos, religiosos y políticos, de izquierdas y derechas.