La creatividad en cierto sentido encierra un misterio. En la mayor parte de los casos el proceso creativo demanda grandes esfuerzos, mientras que en otros brota de modo extraordinariamente rápido.
Mozart componía casi al instante, del mismo modo que escribía Balzac que inventó un sis-tema de taquigrafía por- que sus pensamientos iban más rápido que su escritura, en cambio Goethe tardó sesenta y cuatro años para componer las dos partes de su Fausto. Durero requería de croquis varios y mucho cálculo sobre el lienzo antes de pintar, mientras que Van Gogh pintaba hasta tres cuadros por día.
Stefan Sweig en su libro Los creadores escribe en la primera línea que “De todos los misterios del mundo, ninguno es más profundo que el de la creación […] Y nuestro respeto llega al máximo, casi diría se torna religioso, cuando aquello que aparece de repente nos es cosa perecedera” y se pregunta que sucede en el interior de los creadores.
Ese momento mágico que se conoce como “el momento eureka” trata de un asunto muy atractivo y actual para la formación de cada cual. Entre otros, Leonard Read y Norman Vincent Peale se refieren detenidamente al proceso creativo desde diversas perspectivas. Primero es la imaginación, luego la perseverancia en el trabajo de concentración en lo que se desea hurgar y finalmente el “momento eureka” donde se da en la tecla, donde se establece la conexión entre lo almacenado en el subconsciente y los estímulos del consciente, todo en el contexto del establecimiento de nuevos proyectos y sueños.
Como escribe Paul Johnson en Creators “todas las personas creativas construyen en base a los trabajos de sus predecesores. Nadie crea en el vacío.”
En realidad es limitada la creatividad propiamente dicha, es decir, el crear ex nihilo, el producir de la nada que, estrictamente considerado, está reservado a la literatura de ficción, a la música y otras expresiones del arte. El resto alude a descubrimientos, lo cual incluye a los científicos que ponen de manifiesto nexos causales y procesos que hasta el momento eran desconocidos, lo cual no es para nada poca cosa ya que se trata de revoluciones formidables que modifican paradigmas y permiten avanzar en el infinito campo del conocimiento.
Por su parte, George Steiner también atribuye a “la presencia de Dios” la creatividad del escritor, lo cual no es algo místico ni esotérico es simplemente la fuerza del autoperfeccionamiento en dirección a la Perfección como una muestra más del espíritu liberal a contracorriente de la arrogancia de quienes se miran el ombligo y consideran que se han fabricado a sí mismos.
La imaginación se cultiva principalmente a través de la lectura, un ejercicio que permite administrar el ritmo, discutir con el autor y hace posible construir escenarios en la mente, a diferencia de la televisión y similares que dan la imagen y el ritmo servidos sin abrir la posibilidad de manejar los tiempos ni el pensamiento pausado y la adecuada digestión.
El prestarle atención a la vocación, esa voz interior que marca el rumbo, resulta esencial para el gozo de lo que se hace porque como consignó Octavio Paz “al descubrir nuestra vocación nos descubrimos a nosotros mismos”.
Probablemente el mayor espíritu creador en lo que va de la historia de la humanidad haya sido Leonardo da Vinci. El florentino fue la máxima representación del Renacimiento junto a Rafael y Miguel Ángel. Leonardo era pintor, arquitecto, botánico, escultor, filósofo, músico, poeta, geólogo, matemático, inventor del helicóptero, la bomba hidráulica, las turbinas, máquinas textiles, el submarino, métodos de irrigación y la canalización de ríos, estudios sobre aspectos centrales de la anatomía y propuso asuntos tan dispares como el tenedor y la servilleta.
Probablemente el mayor espíritu creador en lo que va de la historia de la humanidad haya sido Leonardo da Vinci.
El clima de libertad es el más productivo para incentivar y abrir mentes creativas.
A la inversa, el control de los aparatos estatales es el camino más seguro a la regresión. La tradición de pensamiento liberal significa nada más y nada menos que el respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros. La tolerancia se pone de manifiesto en la medida en que no se concuerda con las características de los proyectos de vida de terceros. De lo contrario, la intolerancia convierte en insoportable la vida en sociedad.
Edward de Bono nos dice que “la creatividad implica romper patrones establecidos para mirar las cosas de otra forma”. Nos explica que no es productivo estar escarbando en el mismo agujero en lugar de explorar otros pozos. Tal como puntualiza Virginia Postrel, el progreso implica cambio desde una posición a otra merced a la creatividad pero, paradójicamente, hay quienes pretenden progreso sin cambio por lo que se oponen a toda modificación con lo que deviene el estancamiento, cuando no el retroceso.
Para desarrollar la creatividad nada mejor que emprender aventuras del pensamiento con mente abierta. Recordemos otro sabio aforismo: “la mente es como un paracaídas, funciona cuando se abre”. Los fanatismos, las ideologizaciones y la incapacidad de estar abiertos a debates no permiten reducir en algo nuestra colosal ignorancia.
Todos estamos obligados a contribuir al respeto recíproco, como ha dicho Martin Luther King “no me asustan los gritos de los violentos, me aterra el silencio de los mansos”, mansos que Miguel de Unamuno denomina “mamíferos verticales” o se refriere a ellos Mario Vargas Llosa como individuos “sin mayor trastienda”.