El tiempo pasa y a medida que queda atrás el día de las elecciones, la esperanza de que Venezuela salga de la trampa tendida por el chavismo se aleja. Al menos, por ahora. El régimen de Nicolás Maduro tiene fecha de caducidad. Quizás nadie, ni el propio dictador, sepa aún cuál es. Pero la tiene. Maduro conoce el número exacto de votos por los que perdió y quizás imponga su poder por la fuerza un rato más, pero los datos son contundentes: ya nadie lo quiere.
Se proclamó ganador pero la oposición mostró irrefutables pruebas de que no era así y que por abrumador margen, Edmundo González Urrutia fue el legítimo vencedor. Ante las críticas, el dictador reaccionó con su típica dureza. Necedad, podría decirse, si no fuera porque hasta ahora esto de repartir insultos le ha dado resultado.
Expulsó al personal diplomático de varios países latinoamericanos, Uruguay incluido. No le importa aislarse. Entre los expulsados estaba la delegación argentina en cuya embajada había seis asilados. Brasil asumió su representación y de eso modo, la protección de los asilados.
Pero Maduro tiene el apoyo férreo de las Fuerzas Armadas. Desde que asumió Chávez, los privilegios otorgados a los militares han sido enormes. Hubo masivos ascensos de generales y se dice que Venezuela los tiene más que la OTAN. He ahí un apoyo para un dictador que no duda en aplicar la máxima violencia para reprimir.
Es preocupante la reacción internacional. Brasil dice que quiere ver las actas finales aunque cree que el proceso fue normal. También Estados Unidos pide ver las actas. La evidencia que reclaman es la que brinda la autoridad electoral, la CNE, por lo tanto nada creíble. Parecen formas de demorar un pronunciamiento sobre algo que rompe los ojos. Quizás ambos países quieran comprar tiempo para decidir qué actitud tomar y a la vez darle tiempo al régimen para buscar como zafar. Esa no es buena señal.
Por un voto, la OEA no pudo aprobar una moción que reclamaba la publicación “inmediata” de las actas y que Uruguay defendió. Lo paradójico es que no hubo votos en contra; la moción no salió porque sobraron abstenciones y ausentes. Los que optaron por la salida tibia, evitaron la condena. Hungría, por orden de Orbán, bloqueó un pronunciamiento de la Unión Europea. También esa es una señal preocupante.
Quienes se regodean son los aliados de Maduro: Irán, Rusia, China. Celebran ver cómo las democracias se muestran débiles.
Mientras tanto sufre el pueblo venezolano, el que se alineó detrás de María Corina Machado. Maduro sostuvo que la Justicia debería meterla a ella y a González Urrutia detrás de rejas. Lo cual es alentar a sus hordas que los busquen y arrastren a una prisión.
El fraude no empezó el domingo. Se fue forjando desde que se inició la campaña: Corina Machado inhabilitada, otros políticos proscriptos, presos o exiliados. Cada ataque era una forma de decirle a la oposición que cualquiera fuera el resultado, el gobierno no pensaba irse.
Ahora el juego es desgastar a la oposición, matar su esperanza y ahogar su espíritu de resistencia. Aprendieron bien de los cubanos enviados en tiempos de Fidel Castro. No eran “misioneros” médicos, sino brutales expertos en seguridad e inteligencia, gente que sabe fortalecer una dictadura aun cuando la gente no la quiere.
Vergonzoso es lo de la izquierda uruguaya, una izquierda que vivió persecución, tortura, cárcel y exilio, pero no reconoce las señales cuando ocurre en otro lugar. Una izquierda que conoció, en tiempos de dictadura, la solidaridad venezolana pero es incapaz de ser recíproca.
Con una jerga propia del siglo pasado, los tupamaros dieron todo su apoyo a Maduro y hablaron de “la derrota del proyecto golpista de la derecha continental”. ¿Golpista?, el único golpista y fascista es Maduro. Sin embargo, así se expresó un grupo que sobrevive en la sombra como una secta o una logia secreta.
Algunas figuras de lo que es su brazo político, el MPP (al que pertenece Yamandú Orsi) dicen no estar al tanto del texto ni haber sido consultados. Al menos eso sostiene José Mujica.
Pero tampoco condenan. Fernando Pereira cuestiona la clara y valiente postura del presidente Lacalle pero sobre lo demás, nada.
Es un espectáculo que enoja porque se le está tomando el pelo a la gente, al negar lo evidente. Demuestra que un sector grande del Frente Amplio lisa y llanamente no cree en la democracia y apoya todo lo que ahoga la libertad, lo que persigue, encarcela y tortura.
En el corto plazo, las cosas seguirán complicadas en Venezuela. Ojalá sea por poco tiempo: la Nicaragua de Ortega demostró que puede perseguir a un pueblo entero, encarcelar a los principales líderes incluido un obispo y burlarse del mundo entero, sin que ni el papa se inmute. Lo de Cuba es aún peor.
En Venezuela hay un pueblo harto con liderazgos valientes como el de Corina Machado. Es bueno que gobiernos como el uruguayo hagan saber que están con ese pueblo.