Antes de que comenzaran los festejos navideños, el gobernante cubano Miguel Díaz-Canel lanzó un mensaje muy poco optimista: “Transitamos por un momento muy duro”, les comunicó a los cubanos, añadiendo, “vivimos al día”. Nada nuevo bajo el refulgente sol de Cuba.
Si con algo intentó acabar Fidel Castro fue con la Navidad, en su afán por imponer el modelo comunista con la prohibición de la libertad de culto, excepto el culto a la personalidad de su propia persona. Hubo años de represión feroz durante los cuales los creyentes eran perseguidos y hasta confinados en los campos de trabajos forzados denominados UMAP (Unidad Militar de Ayuda a la Producción). A pesar de los esfuerzos del oficialismo, las distintas denominaciones religiosas consiguieron sobrevivir en las catacumbas. Con el paso de los años, las celebraciones navideñas han perdurado y ya nadie acosa con particular inquina a quien ponga un pesebre o adornos navideños en la casa.
Ciertamente, el régimen que preside Díaz-Canel tiene bastante con sostenerse en medio de la debacle general. Si los cubanos creyeron que la penuria más aguda quedó atrás con el período especial en la década de los ochenta, después del colapso de la Unión Soviética, nada más lejos de la realidad. En los últimos tiempos, la crisis se ha agravado y los cubanos tocan fondo por la escasez de productos básicos, los apagones que ya son casi permanentes, la precariedad en los hospitales, el éxodo continuo. En suma, se ha completado el círculo del desmoronamiento de una sociedad civil que el castrismo ha carcomido minuciosamente desde la década de los sesenta del siglo pasado.
En realidad, cuando los cubanos escuchan al actual gobernante hablar de “momentos duros”, como si se tratara de algo pasajero, saben a ciencia cierta que nunca han salido de un bache que los ha condenado a la miseria y a la falta de libertades que permiten aspirar a una vida autónoma y digna.
Si no fuera por las remesas que las familias cubanas envían desde el exterior a sus seres queridos, los que permanecen en el país apenas podrían gozar de pequeños lujos en estos días de festejos. Un comunicado reciente del Ministerio del Comercio Interior establecía que se repartirían en las bodegas las siete libras mensuales correspondientes de arroz, alimento básico en la dieta nacional. No obstante, los cubanos no podían estar seguros de que en Nochebuena o Nochevieja habría frijoles o un poco de carne de cerdo para poner en la mesa junto con el socorrido arroz.
El gobierno es incapaz de levantar el racionamiento en un país que vive gracias a las importaciones y donde los anaqueles de los supermercados suelen estar semivacíos. Lo que Díaz-Canel arrastra es el fracaso estrepitoso de una economía estatista que ni siquiera ha sabido imitar el ejemplo vietnamita o chino, dictaduras que se han atrevido con una economía de mercado que permite más ampliamente la iniciativa privada de la población.
Nada apunta a que 2025 será mejor, sobre todo, con el retorno a la Casa Blanca de Donald Trump, lo que implicará mayores sanciones, más dificultades para hacer llegar remesas y más restricciones a las llegadas de migrantes cubanos. El endurecimiento de las políticas de Washington no garantiza la caída del régimen.