En Youtube uno se puede suscribir a la Agencia del cine y el audiovisual del Uruguay y disponer allí, gratis, de una enorme cantidad de producciones nacionales para ver. En Spotify, pagando una cuota mensual módica, se puede acceder a una inmensa variedad de música de todas las épocas y todas partes del mundo. Con alguna maña, cualquiera puede llegar a ciertas direcciones de bibliotecas virtuales que permiten bajar de internet gratis, o a bajos costos, todo tipo de libros que pueden ser luego leídos (y subrayados, algo clave para el aprendizaje) de manera digital.
Las últimas dos décadas cambiaron la lógica del acceso a la información y a la cultura. Ahora, gratis o por muy poco dinero, casi todo está disponible. El problema pasa entonces por la gestión y el buen manejo del consumo de esa abundancia imposible de asir. Si tengo a mi disposición casi todo el mundo audiovisual producido por Uruguay, ¿por dónde empiezo? Obviamente, mis preferencias temáticas y mis gustos estéticos oficiarán seguramente de primera guía. Pero ¿cómo se forjan caminos de descubrimientos y regocijos que inspiren y enriquezcan, con exigencias de calidad, los espíritus más diversos?
Se trata de un viejo tema de reflexión sobre el cual Bourdieu y sus habitus sociales, por ejemplo, dieron ciertas respuestas. La clave es darse cuenta de que no por disponer de toda la música del mundo en Spotify voy a terminar escuchando la exquisitez de las cuatro estaciones de Vivaldi: si nadie nunca me hizo saber que aquello existe, y si dejo librado a los algoritmos ratificatorios de mis preferencias los caminos a ser explorados, es evidente que lo que pasará a contar como árbitro de mis gustos y predilecciones será el capital cultural y social (de nuevo Bourdieu) que porto desde mi hogar, y también mi socialización de pares.
Si de niño escucho Vivaldi en casa, naturalmente tendré una propensión mayor luego por escuchar a Bach; si en mis cursos de universidad, un profesor admirado comenta algo sobre la genialidad de la música de Brahms, estaré a un par de clicks en mi celular de escucharla. Y en esta que es pues nuestra época cultural, fantástica por sus oportunidades y vastedad, importa muchísimo que los maestros y profesores sean vectores de conocimientos y aperturas.
Cierto que está lo más especializado: por poner mi caso, jamás hubiera accedido a los libros de Brian B. Greene sobre astrofísica, sin la recomendación de un profesor de física en mi magíster de Artes Liberales; o nunca hubiera dado con las formidables obras de Peter Watson, sin haber conversado con un profesor de filosofía chileno sobre historia de las ideas. Pero sin entrar en esos extremos, lo cierto es que en sus primeros años de curiosidad personal e intelectual los hijos de las clases medias y populares deben poder acceder a guías bien formadas que los orienten en ese amplísimo conocimiento hoy disponible en internet.
Todo nuestro Río de la Plata supo ser formidable formando a sus clases medias: baste ver, por ejemplo, el caso del letrista de tangos Homero Expósito, hijo de aquel Buenos Aires de inicios del siglo XX y capaz de escribir en 1943 la maravilla filosófica y popular que es “Naranjo en flor”. Ojalá pues que en los próximos otoños tengamos, en nuestro Uruguay, muchas bellas flores de azahar.