El setenta por ciento de los edificios de la Franja de Gaza han sido dañados, pero el setenta por ciento del aparato militar de Hamas está intacto y operativo. Ocurre que el setenta por ciento de las víctimas fatales son civiles y sólo el treinta restante son combatientes y militantes de Hamas. Con muchos miles de niños muertos, la guerra que hace Netanyahu ya sentó a Israel en el banquillo de los acusados de la Corte de La Haya, bajo acusación de genocidio. Lo que no hizo es matar o capturar a una sola de las cabezas de Hamas en ese territorio arrasado.
El líder político Yahya Sinwar y su hermano, así como también el comandante militar Mohamed Deif y el tercero en el orden de mando, Marwan Issa, no han sido capturados ni cayeron bajo las bombas que han matado a miles de civiles y arrasado sus hogares.
Por lo tanto, juicio por genocidio y ola de denuncias y cuestionamientos internacionales mediante, está claro que Netanyahu está lejos de haber obtenido algún beneficio para su país, al que tampoco le devolvió la mayoría de los secuestrados por la organización terrorista en el pogromo sanguinario del pasado siete de octubre.
Incluso si lograra ahora mismo “destruir totalmente a Hamas” y rescatar vivos a todos los rehenes que siguen atrapados en Gaza, el precio que Netanyahu le hizo pagar a la imagen de su país en la región y en el mundo es altísimo. El terrorismo anti-israelí ya tiene garantizadas las próximas generaciones de terroristas dispuestos a inmolarse contra blancos judíos, por el dolor y el resentimiento que están padeciendo los niños y adolescentes de ese territorio.
Incluso alcanzados los objetivos que se planteó y que aún están lejos de haberse logrado, Netanyahu no podrá explicar por qué tapó con decenas de miles de muertos palestinos las 1.200 muertes israelíes que dejó el pogromo sanguinario perpetrado por Hamas.
Le será tan difícil como explicarle a los jueces que es inocente en los casos de corrupción que lo acechan. Quizá sólo le resulte más difícil aún explicar por qué el siete de octubre una horda de terroristas pudo cruzar lo que se supone la frontera más vigilada del mundo, y atacar durante larguísimas horas kibutzim y aldeas agrícolas, además de un festival de música al aire libre, causando masacres espantosas.
A esta altura de su guerra en Gaza, el mundo le está exigiendo al primer ministro que detenga las acciones militares y se siente a negociar la solución de los dos Estados. El error del plan que, en ese sentido, está presentando Europa, es que, así como lo plantea, supondría una victoria de Hamas y su pogromo exterminador del siete de octubre.
No puede haber solución que contemple la existencia de una organización sanguinaria y fanática como Hamás, ni gobernando ni existiendo en Gaza y Cisjordania. Tampoco puede haber solución definitiva sin una segunda etapa que implique el establecimiento de un Estado palestino en territorios que sean viables.
La guerra se podría detener ahora mismo, si Hamás aceptara salir de la franja costera y de Cisjordania y disolverse para siempre. Y si se acordara que esos territorios queden gobernados por la Autoridad Palestina que preside la OLP, con el compromiso de erradicar toda organización armada y dejar la seguridad en manos de una fuerza multinacional integrada por países árabes.
Si esa entidad gubernamental logra eficacia y se depura de la corrupción que todos estos años ha carcomido la administración de Cisjordania, debería establecerse la conferencia internacional de paz que propone Europa y avanzar hacia la creación del Estado palestino junto a Israel.
Para que eso ocurra, Israel no puede seguir gobernado por fundamentalistas y ultranacionalistas. Netanyahu y sus socios extremistas deben dejar el poder y responder por sus responsabilidades en el siete de octubre y en la guerra catastrófica que impusieron en Gaza.
Sin gobiernos centristas en Israel y Palestina, no habrá solución de dos Estado ni de ningún otro tipo que no sea la guerra eterna o la PAX del vencedor sobre el cementerio de los vencidos.