Tanto Hamas como Netanyahu necesitan que la guerra continúe. También necesitan que haya rehenes en los túneles de Gaza, porque cuando ya no queden israelíes en poder de Hamás, no habrá escudos humanos que eviten la escalada final que el primer ministro israelí tendrá que ordenar.
Si Hamás se queda sin rehenes, Netanyahu se queda sin justificación para no lanzar la ofensiva que podría destruir totalmente al aparato terrorista que provocó el conflicto. El ejército israelí no tendrá la principal de las ataduras y el gobierno estaría obligado a ordenar el ataque que destruya totalmente los túneles, elimine la presencia de Hamas en la Franja de Gaza y declare el final del conflicto.
Eso explicaría la razón por la cual Hamas lleva semanas rechazando propuestas de los mediadores para retomar el canje de israelíes cautivos por prisioneros palestinos en Israel. Otra razón posible son sus dificultades para establecer contacto entre las distintas células yihadistas que quedaron dispersas y debilitadas, encontrar rehenes que aún estén vivos y organizar la logística de los traslados hasta el punto de entrega. Pero está claro que necesita preservar esos escudos humanos, sin los cuales los bombardeos de Israel serían aún más despiadados y devastadores.
Aunque jamás lo reconocería, es posible que Netanyahu actúe de manera funcional a la prolongación del status quo que incluye israelíes apresados en los túneles de Gaza. Aunque tenga como coartada la demora injustificada de Hamás en aceptar las propuestas de los mediadores y retomar la liberación de rehenes, es probable que la razón por la que lanzó el masivo bombardeo que causó cientos de muertes civiles sea buscar la prolongación de la guerra. De hecho, el ataque paralizó las tratativas y puso la tregua y el intercambio de rehenes y prisioneros al borde del colapso.
Netanyahu no sabe cómo mantenerse en el poder y lejos de los estrados judiciales donde, cuando deje de ser primer ministro, lo juzgarán por casos de corrupción y por lo ocurrido el 7 de octubre del 2023, sin que haya en Gaza una guerra que lo justifique en el cargo. Para que esa guerra continúe necesita que Hamás siga teniendo rehenes israelíes en su poder. Por eso la demora en liberar rehenes le dio la oportunidad de lanzar el demoledor bombardeo que dejó en estado de coma la tregua y la negociación por los israelíes cautivos. Y de paso, distrajo la atención de su sospechosa embestida para destituir a Ronen Bar como jefe del Shin Bet.
Se trata de una jugada oscura del líder del Likud, porque los gobernantes israelíes no pueden remover de sus cargos, sin razones profundas y contundentes, a los jefes de los aparatos de inteligencia, porque entre sus funciones tienen la de investigar al poder. De hecho, nunca en la casi ocho décadas de historia israelí, jamás fue removido un jefe del Shin Bet.
Ronen Bar dirigía el Shin Bet desde el gobierno centrista que encabezaba el entonces primer ministro Yair Lapid. No se había atrincherado en justificaciones y derivación de culpas por el pogromo sanguinario del 2023. Por el contrario, ordenó investigaciones que sacaron a la luz las fallas propias y las del Shin Bet, que allanaron el camino a la invasión de turbas de Hamás aquel octubre sangriento que dejó 1200 israelíes muertos y centenares secuestrados y convertidos en rehenes del grupo terrorista.
Pero esas investigaciones también justifican sospechas sobre Netanyahu. Como poco, plantea la pregunta de por qué el primer ministro desoyó las recomendaciones de pasar de una pasiva actitud defensiva frente a Hamás, a los ataques quirúrgicos que aniquilen a los líderes y, principalmente, a jefe máximo, Yahya Sinwar, máximo ideólogo y responsable del criminal ataque a los kibutzim y moshavin del sur de Israel.
El jefe de Shin Bet que Netanyahu quiere destituir, generando otro tembladeral político en Israel, tiene en sus manos la investigación de los millonarios sobornos pagados por Qatar a dos asesores del primer ministro.
Demasiada oscuridad para descartar intenciones ocultas en el abrumador bombardeo que demolió la tregua.