La Fundación Libertad, que agrupa a empresarios y economistas defensores de la actividad privada con el mínimo de regulación imaginable, tuvo antenoche en Buenos Aires su cena de gala. Habló 12 minutos el presidente Lacalle Pou. Y después, el presidente Javier Milei hizo su stand up sobre los dogmas monetarios que profesa.
Lacalle clavó banderillas. No se atuvo al culto del mercado ni a la indiferencia ante al destino ajeno de Ayn Ryan, admirada por Milei. Se mostró sensible a las limitaciones “si se vive en un rancho, si no se tiene acceso a una salud, si los hijos no estudian y no tienen una luz al final del camino para esforzarse”. Postuló la importancia de un Estado fuerte, en contraposición a Milei que acusa al Estado de ser “una organización criminal” y “un ladrón de todos los días”.
Nuestro presidente bregó por “instituciones fuertes”, separación de poderes y “democracia fuerte” para que el ciudadano pueda gozar de la libertad. Indicó que su Partido Nacional tiene 187 años, sin aludir a que nació en el mismo parto bélico que el Partido Colorado, en la batalla de Carpintería, 19 de setiembre de 1836. Pero rectamente defendió la vida partidaria de todos, porque -dijo- “el partido te limita, te contiene, te obliga”.
Concluyendo, bregó por la armonía, al decir que “La receta Uruguay tiene un elemento poderosísimo, que es la cohesión social. Sin cohesión social no hay posibilidad de gozar la libertad individual, porque si el todo no está bien, es imposible ser libre”.
Acaso pudo haber agregado que ya en 1918 esta Banda Oriental supo darle marco constitucional a la formación de un patrimonio industrial y comercial del Estado y pudo haber aludido a que el Uruguay realizó una revolución social, por vía legal y sin guerra de clases.
Pero es compartible que no haya querido aplicar más minutos a la historia del progreso que supimos construir -antes que desde afuera nos hicieran sustituir el ideal personal y nacional de “progreso” por el concepto apenas fisiológico de “desarrollo”. Es compartible y comprensible, ya que en el sarao de anteayer Lacalle era orador invitado, telonero del presidente Milei, llamado a impartir -él sí- una clase profunda, elevada, magistral.
El presidente argentino sostuvo que “La fuente de nuestro empobrecimiento de que a la gente no le alcance la guita, de que haya tantos pobres, indigentes y que haya un montón de argentinos cagándose de hambre es culpa de los malditos políticos que no quieren bajar el gasto público”.
El concepto no es nuevo en boca del señor Milei, pero su formulación en nivel oficial, proferido ante selectos 1.500 espectadores, recogido por la prensa y repartido oficialmente por la “Secretaría del Presidente de la República Argentina”, convierte a esas palabras en un apotegma: sí, es un “dicho breve, sentencioso y feliz” pues define un estilo que, con luz intestino-pedagógica, nos confirma una certidumbre que ya veníamos adquiriendo: que en el Río de la Plata de este 2024, decirse “libertario” no garantiza amar la libertad ni tener el alma liberal.
Y para nuestro modo uruguayo de convivir, el liberalismo de los estilos y las almas es previo al de los mercados y las propuestas económicas, porque ama y respeta al adversario, sin maldecirlo desde el poder porque vote en contra, opine distinto o sueñe otros ideales.