El diario El País informó la semana pasada que el costo de limpiar las pintadas que sufrieron varios edificios de apartamentos ubicados en el Centro, ascendería a en torno de $ 180.000 - $ 200.000 pesos. La nota también explicó que los propietarios de uno de los edificios (que habían renovado la fachada hace poco) decidió no repintarla porque no podían “afrontar el costo”.
Lo que más llamó la atención en el caso de esas -¿cómo llamarlas?- pintadas, no fue tanto el daño causado, sino la circunstancia de que las imágenes fueron trazadas en los balcones, a cierta altura. Porque, la zona de la Ciudad Vieja, el Centro y aledaños, exhiben dibujos, señales o garabatos (usted elija el término) similares trazados indiscriminadamente, sin fijarse en el lugar, la calidad de la superficie o el valor estético o cultural del sitio.
El problema no es solamente estético. Es un daño material difícil de reparar porque no es lo mismo aplicar pintura de aerosol, tan difícil de limpiar, sobre una superficie previamente preparada e impenetrable, a utilizarla sobre superficies porosas, como el ladrillo o el mármol.
Las acciones de estos dibujantes abarcan desde monumentos y edificios públicos, hasta propiedades privadas. Quizás el ejemplo paradigmático sean la fachada de la Biblioteca Nacional -que suponemos es el símbolo de la cultura de nuestra sociedad- y el pasaje entre este edificio y la Universidad de la República (otro símbolo). Aquí se aprecian capas geológicas de leyendas, dibujos, papeles pegados y grafiti. Hace unos días, obreros estaban limpiando garabatos del muro de la Facultad de Arquitectura.
¿Cuál sería, por ejemplo, el costo de limpiar y restaurar, en la medida de lo posible, a un nivel decoroso la fachada de la Biblioteca Nacional? Seamos un poco más ambiciosos: ¿cuánto costaría recuperar las fachadas arruinadas por los grafiteros en la zona? Son sumas importantes que, como siempre, deberán pagar los vecinos.
Como gran remedio para el problema, uno de los municipios, informa el artículo, “da mano de obra gratis a vecinos que quieran sacar grafitis de sus casas”. Pero siempre paga el vecino.
Una persona aplica pintura de aerosol a la fachada de la propiedad de un tercero (el Estado o un particular). La mañana siguiente al descubrir la nueva decoración de la fachada, el vecino tiene tres opciones: no hacer nada, pagar por la limpieza directamente, contratando un obrero, o indirectamente, recurriendo a la ayuda del Municipio la cual obviamente pagará a través de los tributos y gabelas municipales. Con el agravante de que, seamos realistas, no tiene ninguna seguridad de que, dentro de una semana o un mes, o en algún otro momento, otro grafiteador decida dejar su huella en esa superficie. Y aquí vuelve a comenzar todo el proceso.
El grafiteador no solamente causa daños al propietario del inmueble y perjudica el barrio y la ciudad; además contribuye a la creciente sensación de anomia en que nos debatimos los montevideanos. Una sensación de falta de normas y valores a la que también contribuyen otros factores. Como la falta de limpieza, los contenedores rotos o rebosantes de basura, la presencia de la droga y los indigentes que duermen en las calles.
Pero, no debemos ser quejumbrosos. Siempre podremos ir en bicicleta al Centro.